Euforia y comunión en el Ritual Groove

La Groovin Bohemia tuvo su tan esperado ritual, y fue una de las fechas más convocantes del año para el under local. Acompañados por la banda puntana Aeronave, prendieron fuego la Sala de las Artes.

Eran las 11 de la noche en la esquina de Suipacha y Guemes, y la gente ya empezaba a acercarse a la Sala de las Artes. Mucha manija, muchas ansias que los presentes venían administrando hace varios días. Pintaba para ser una noche de esas, y no paraba de llegar gente.

 

Desde el vamos, la noche tenía un condimento especial: volver al lugar donde tantas cosas pasaron. Es que la Sala de las Artes funciona donde solía estar el mítico Willie Dixon. Al menos para mí, era todo un tema volver al lugar donde ví recitales como los de The Wailers, Manal, Skay Beilinson, Manu Chao. Eso ya hacía que sea una noche especial.

 

El jueves pasado la Groovin desembarcó en Parlatanes y nos contaron todo lo que significaba este ritual para ellos, después de muchos meses de no cargarse una fecha entera a los hombros. Los pibes buscaban conectar con todos los que se acerquen, de la forma que sea. Querían que, al menos por un rato, la gente flashee la misma que ellos estaban flashando. Y que eso es un ritual, a diferencia de un simple recital. Un momento y un espacio donde todos nos juntemos a conectar en sintonía, donde todos seamos una masa homógenea, arriba y abajo del escenario. Y así fue, para el jolgorio de todos los presentes.

 

La gente iba ingresando a la sala, mientras la Mona con Navaja pinchaba un poco de rap agitando a los tempraneros presentes. Y así fue que Aeronave se subió al escenario. La banda invitada, oriunda de Villa Mercedes, San Luis, entendió por donde iba la cosa, y comenzó a darle oxígeno a la llama que no iba a parar de crecer. A puro groove fue entonando la cosa y el ritual ya había iniciado. Los gritos de la negra Cynthia Lucero, ese bajo hipnotizante y el funk que te obliga a mover los pies. Una joya cuyana para el inicio de una noche de conexión.

 

Así paso Aeronave, y no paraba de llegar gente. Muchísima gente para una banda local, se calculan más de 1000 personas. Y eso te da esperanza. Esperanza de que los rosarinos empiecen a bancar más estas movidas que arman las bandas de acá. Esperanza de que la gente vaya entendiendo que no sólo las bandas que vienen de afuera pueden romperla. Esperanza de que en Rosario está pasando algo grande.

 

Llegó el turno de la Groovin Bohemia de acrecentar el fuego de su ritual. Las luces bajaron, y Gandalf con su místico váculo se hizo presente en el escenario. Un emisario de la locura, sobrino nieto del Gandalf original del Señor de los Anillos, mago del litoral, sembró con palabras la semilla del groove en todos los que se acercaron, comenzó a lanzar rayos invisibles y así explotó el ritual. La Groovin salió con todo, Gandalf saltó al público que lo revoleó por todos lados y lo devolvió al escenario; pero él empecinado volvió a saltar, tal vez porque se sentía cómodo siendo parte de la masa de primates insatisfechos.

 

Un hermoso pogo fue el puntapié inicial de la presentación de la Groovin, que hizo que la llama crezca, que encienda a todos los primates y no paren de bailar. La gente estaba prendida fuego. Por momentos saltaba y rebotaba como pelotita de flipper, y por momentos se hacía agua, se acariciaba, se mimaba. La sintonía fue increíble. Tal vez haya sido la manija, que no era poca, de una fiesta así. Donde toda esta movida se congregue, donde te encontrás a tanta gente que te querías encontrar, bailando descontrolada, haciendo lo que los pibes de la Groovin querían que suceda: que todos estamos compartiendo lo que ellos tienen para dar, lo que ellos están flashando. Que tal vez, ellos no sepan bien qué es, pero están seguros de que lo quieren compartir.

 

Euforia y comunión fueron las palabras que se me vinieron a la cabeza en ese momento. Veía a la gente como loca saltando, haciéndose parte del pogo desde el principio hasta el final, saliendo del pogo para relajarse, hidratarse, mimarse con alguien y volver a meterse. La Groovin lo logró: todos estábamos conectados. Y se veía esa emoción en las caras de los músicos, que no podían parar de sonreír mientras tocaban.

 

Fueron pasando así varios temones, algunos nuevos, otros que la gente ya viene bailando hace algunos años. Tal vez el punto más alto de esa euforia fue con Ameba, con sus bajadas y sus explosiones en el saxo de Gwido Cirione. También hubo invitados, padre e hijo compartiendo el escenario, tambores en escena. Joyas que pasaban por el escenario del ex Dixon, mientras los espectadores (que eran mucho más que eso) bailaban mordiéndose los labios.

 

Lo cierto es que la Groovin Bohemia la rompió con esta fecha. Por un momento pareció que los primates estaban satisfechos, al menos por unos segundos, cuando la banda dio por terminado el show. Un suspiro de unos segundos, hasta que Mat Spiaggi se hizo cargo de las consolas, y aquellos primates que suspiraron volvieron a bailar y saltar insatisfechos al ritmo de la música durante varias horas más.

 

Me fui a mi casa feliz y extasiado. Feliz por saber que esto puede pasar. Que una banda del under local, formada por pibes como vos y yo, puede congregar a esta hermosa multitud. Feliz, insistiendo en que en Rosario están pasando cosas serias, que nuestros artistas locales tienen mucho arte y amor para dar. Extasiado por el bello contacto que tuve con cada uno de los presentes, porque todos fuimos una sola masa que fluía como el agua universal, pero que ardía como el fuego mismo.

 

Eso, el fuego.

 

Gracias por el fuego, primates.

 

Acá podés escuchar la Entrevista completa y acústico de la Groovin Bohemia en Parlatanes.

 

Texto: Gonzalo Luján

Fotos: Mariano Armanini

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