Matate amor: el crudo relato de una mujer rupturista
Por Juan Pablo Funes
En el marco de una renovación del espacio y sus propuestas, el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), alojó esta obra que incorporó el Paraná nocturno como escenografía de fondo.
Con tres funciones a sala llena y por segunda vez en Rosario, la adaptación teatral de la novela homónima, desata sobre el escenario un personaje desenfrenado e irresuelto. Una historia que describe con descarnada sinceridad la intimidad de una mujer que dinamita el relato convencional en torno a la maternidad y la familia.
A través de los ventanales del galpón los espectadores la vemos llegar. Entrará a escena como un ser surgido de entrañas oscuras. Afuera es de noche, el río no tiene luna, sólo se puede oler. Adentro, el sonido silvestre del bosque la envuelve como el manto que la cubre hasta su cabeza dándole un halo de misticismo. El crujir de las hojas bajo sus pies descalzos da cuenta que no hay nadie más allí.
Quita su capucha y el bosque se enmudece abruptamente cuando ella levanta su mano para comenzar el relato. Se produce el hermoso encuentro entre la mirada del espectador y el rostro del personaje: luce cimarrón con su pelo enmarañado y los ojos vívidos. Su cuerpo tiene raspaduras y moretones. Todo se contrasta con el vestido de satén dorado pardo que la cubre. Algo salvaje lleva por dentro.
Tiene un cuchillo en la mano. Como si fuera una batuta para dirigir una sinfonía demencial, la protagonista lo mueve de un lado a otro en el aire, solfeando los primeros compases de la historia: una escritora extranjera que vive en la campiña francesa junto a su familia. Tan solo unos meses después del nacimiento de su hijo, ella se arrepiente de su maternidad. Se sentirá abrumada y en soledad. El prototipo de vida no la contiene. El sentimiento la irá comiendo por dentro hasta el desquicio. Acorralada, buscará una fuga, confortar el fuego que la quema por dentro abandonando todo convencionalismo.
Cerca de la casa, en el bosque, ella encontrará un páramo y en la mirada de un ciervo, el instinto animal que la refleja.
En su mano, la que empuña, lleva una venda roída; en la novela, esa herida es producida en otro tiempo de la historia, no el principio. Pero ya la carga y, con ese pequeño detalle comienza a dar fe de la dramaturgia para esta adaptación:
La actríz interactúa con el sonido, lo controla con órdenes de su voz o señales; para que el ciervo ruja, el viento sople o para abrir y cerrar cuadros con melodías.
En un momento se obnubila. Extraviada busca a alguien entre el público. La encuentra, debajo y a su izquierda, sentada en primera fila. La asistente de producción, Milagros Plaza Díaz que tiene el libreto de la obra en sus manos, se manifestará entre susurros como la voz del diálogo interior con la protagonista, como una guía. Un recurso que seguramente haya sido incorporado desde los ensayos para romper el espacio, hacerlo inmersivo con el espectador.
Todo será trastocado para desdoblar o simplificar momentos, para interrumpir bruscamente una escena porque lo que debía ser mostrado ya sucedió. Serán recursos para el manejo de la temporalidad y el espacio que compondrán la forma del relato.
Si el espectador, especialmente masculino, pensaba ser testigo de una historia convencional, no lo hará. La intención es justamente lo contrario: incomodar, demolerlo todo sin querer convencer ni gustar.
Es el relato de una mujer que expresa los miedos de una madre primeriza, la depresión postparto, los efectos de un brote psicótico a raíz de ello y el desarrollo de una hipersexualidad en un contexto familiar y sus mandatos.
Desde un lugar roto, la protagonista encuentra respuestas y la autora busca preguntas, y he aquí lo interesante, no hay ninguna de ellas. La novela basal no posee juzgamientos, es figurativa. Abre el camino a la libre interpretación para que el recorrido sea interno, personal.
Por ello la elaboración de esta obra tiene peso propio y una gran virtud: la dirección y la interpretación. Quienes hayan leído previamente el libro se sorprenderán con el tono que es expuesta sin perder llegada a todos sus rincones intersticios. Se argentiniza con expresiones de humor burlón, la idiosincrasia de su desfachatez. Abandona en gran parte de su desarrollo la solemnidad del texto literario cada vez que se lo permite, sin dejar de lado el dramatismo y la profundidad.
Exactamente una semana después, aún cuesta despabilarme, desprenderme de lo que esta obra genera y moviliza. Mucho se ha dicho sobre este texto, vigente por más de una década, escrito en los albores de la ola feminista y que paradójicamente no fué elaborado bajo esa influencia, según palabras de la propia Harwizc.
Busco mi voz interior mirando hacia abajo y a la izquierda, es un gesto corporal inmanente, dialogo con ella, pienso “La moral es un zapato prestado” e imagino los pies descalzos de una mujer sintiendo por primera vez, otra vez, pisar el suelo.
Equipo:
Ella: Érica Rivas.
Autora: Ariana Harwicz
Diseño de movimiento: Diana Szeinblum.
Diseño de luces: Iván Gierasinchuk.
Diseño de video escénico: Maxi Vecco.
Vestuario: Mónica Toschi.
Escenografía: Coca Oderigo.
Diseño de sonido: Jesica Suarez.
Diseño de maquillaje y peinado: Emmanuel Miño.
Diseño gráfico: Juan Gatti.
Asistente de dirección: Fiamma Carranza Macchi.
Dirección: Marilú Marini.
Producción General: Érica Rivas y Marilú Marini.
Productor asociado: Comunidad PAR y CEC.
Asistente de producción: Milagros Plaza Díaz.
Asistente de vestuario: Josefina Vecchietti.
Realización alfombra: Jerónimo Basso.
Colaboración ciervo 3D: Control Studio.
Operador de video y sonido: Esteban Fraga.
Diseño de piezas gráficas: Julio Gutierrez.
Fotografía: Sebastián Freire, Alejandra López y Belén Poviña.