Mi Animal, entre el grito y el canto

La obra Mi Animal, de Cecilia Colombero, Federico De Battista y Paula Montes, volvió a presentarse en Micelio.

Las cuerpas siguen acechando en la ciudad. Y en esta oportunidad te acercamos “Mi animal” que está presentándose en Micelio los viernes de agosto. Se trata de una obra performática interpretada por Cecilia Colombero que indaga la dicotomía animal/ humano como un territorio en donde el cuerpo se encuentra siempre al acecho.

Llego a Micelio (Valparaíso 520) de la mano de un tachero curioso. Además de consultar la dirección exacta para detener el vehículo, me consulta de qué se trata el portón que le señalo como el sitio indicado. Le digo que es un centro cultural, un submundo. Parece gustarle la idea. Por más que le digo el nombre, la información entre el vuelto y el cambio no la retiene, asique cuando me estoy bajando, me vuelve a consultar. Le repito “Micelio” para que lo busque en las redes y lo dice en voz alta para confirmar y memorizarlo.  

Dejo al inminente seguidor para adentrarme en la sala. Está oscura y tiene en su centro una torre de sillas plegables apiladas. Comienza la función con una luz intermitente de flash que deja ver el animal humano que está agazapado. Va hacia las sillas, su objeto de deseo y destrucción. La bailarina despojada, envuelta nada más que en su piel, hace todo lo que se puede hacer con las seis sillas en escena. Ella sola con su mismidad, en tanto humana que es animal, juega con las sombras. Las sillas son el elemento mundano que la conecta y descoloca. En un momento las acomoda en fila. Une su continuidad por la sombra que proyectan. Tras la ardua tarea se desploma. La simetría agota.

En otro momento se acomoda una como un corset. Es Julieta muriendo con los pies estirados en punta. Es también “la muerte del cisne”. Me pregunto qué tendrá la danza con los animales; que despierta movimientos y pasiones, muertes y giros por igual.

Toda la performance tiene un importante trabajo de luces, desde  flashes a cenitales en un contraste entre la calidez de luces ámbar y blancas. La dualidad está presente también en el mundo sonoro. La música clásica envuelve y agita la danza de la intérprete junto a sonidos más desordenados y metálicos. El ambiente se compone de un piso blanco, la desnudez propia de un animal al natural, sillas desparramadas, y el movimiento que alcanza momentos de éxtasis y densidad.

La intérprete convive con su animalidad, la exhibe, la pelea. El animal es/está en ella y también está en la sala y está en nosotros. 


Texto: Viqui Oceanía
Fotos: Juan Ignacio Port

Compartir

Comentarios