La casa es chica, pero el corazón es grande

Nuevamente el MUG (Movimiento Unión Groove) despliega un espectáculo doble en el CEC y Berlín.

Se van encontrando conocidos en las puertas del Centro de Expresiones Contemporáneas mientras adentro duerme la muestra fotográfica de ARGRA, que espera que nuevamente sea el horario de visita. La luna roja ayuda a despejar malestares posándose sobre la oscuridad que inunda desde el río, combatida por esos fríos reflectores del parque.

Las primeras notas de Groovin Bohemia nos encuentran en posición, mientras que a los descuidados los deja fuera de la vista del escenario. Es que se reunió una gran cantidad de asistentes a este recital gratuito. Sin embargo, eso no impide que bailen como todo el resto del salón, con birra en mano y mirada perdida. Tras el inicio con sabor a disco y contrapuntos donde la guitarra supo llevar la melodía principal, la euforia se comienza a desatar. Con la gente coreando los riffs y saltando ante cualquier estímulo, la sala queda chica a pesar de haberse retirado todas las mesas. Nuevamente noto el denominador común que no permite alcanzar el 10: los acoples. Tan importante es el actuar del sonidista en los espectáculos musicales que en esta oportunidad perjudica el final de uno de los temas. Por suerte la gente lo supera con sus gritos y aplausos dandole un abrazo a la banda que no permite que se desanimen en lo más mínimo. Así continuamos entre pogo y baile, con luces y niebla que potencian la mística que esta banda trae consigo para alcanzar las últimas notas del bis, pasadas las 22hs.

No hay tiempo que perder, se debe buscar comida y enfilar nuestros pasos hacia Berlín, donde la familia Calíope nos espera para continuar la noche. Llegamos y ya hay una gran fila de gente atascada en la puerta. El ingreso se hace tedioso, quizás culpa de la ansiedad.

Nuevamente nos queda chico el lugar. Mientras la banda comienza un instrumental, la gente se comprime para entrar en el estrecho espacio que nos ofrece Berlín frente al escenario. Se percibe claramente la energía, el ritmo y toda la expectativa que está por cumplirse mientras se encuentran confinados nuestros cuerpos. El show se dá de la manera esperada, pero eso no le resta una pizca de emoción. Con la gente saltando como un único bloque rígido se le impide a manzanas del centro dormir, pues nuestro barrio no duerme. Las manos se levantan para acompañar el flow y no se deja de cantar ninguno de los coros. Pasan las canciones, los invitados y la lista se va agotando; las ganas del siguiente tema van creciendo cada vez que terminan uno. Las geniales instrumentales van colocando los escalones sobre los cuales Brapis sabe hacer bailar sus palabras por el salón de nuestra conciencia. Con sonidos de jazz que pasean por el soul y hasta el trap, nos plantan letras de la realidad que nos envuelven o esquivamos en las calles, respetando la consigna de lucha cultural que prima en el género que los representa: el Hip Hop.

Faltan 20’ para que se haga la 1 y la gente se ve agotada. Se inunda con ella el pasaje de adoquines, donde tomar aire parece ser el break antes volver a ingresar al subsuelo, donde la electrónica y las visuales nos quitan la poca cordura que nos queda.

 

Texto: Pablo

Fotos: Juan Lavarello

Compartir

Comentarios