El cuarteto rosarino hizo temblar al Parque España y devolvió esa explosión interna entre el alma, el cuerpo y la vibra que se percibe en al ambiente que abraza al movimiento de unión groove.
En el cielo algunas nubes grises batallaban contra las estrellas que estaban en la plena. Abajo, en el suelo, la pibada rancheando. Césped, mantas y amigues, les mismos que estuvieron en marzo cuando la angustia sofocaba, les que aguantaron el cansancio pandemico en septiembre y les que alimentaron la manija de recuperar espacios con los primeros calores de diciembre. La familia que uno elige y quiere.
A diferencia de lo que dicen grandes medios de comunicación, no hizo falta marcar burbujas, cada quien estaba con su grupo. Barbijos, conservadoras con cerveza fría y puños extendidos cuando alguien se encontraba con un conocido. Evidentemente a lxs mercenarios se les perdió el tacto de reconocer la alegría colectiva, el disfrute sano, eso que genera el arte en cualquier espacio. Después de un rato hasta el Río Paraná se picó. La gente se puso de pie y cada grupo bailaba desde dónde estaba. Los cuerpos estaban recuperando la libertad. Las rodillas pedían permiso para empezar a moverse y las caderas se habían olvidado lo que era ir de un lado al otro sin parar. Durante dos horas las pieles transpiraron goce. Sacudieron el polvillo del encierro.
Mauriño, Lauti, el colo y la Ani se rompieron el jueves. Los chokenbici sonaron impecable y lo dieron todo, se sintió en cada rincón del parque. Hubo agite, meneo, aplausos, calor humano. Hubo un lugar para la cultura, con permiso municipal y bajo la mirada penetrante de la yuta. Ani recordó en reiteradas ocasiones los cuidados que se debía tener para evitar el coronavirus, también pidió que la basura se tire donde corresponde, que no quede nada a la deriva. El fin del mensaje era claro y preciso: que vuelvan a permitir otro momento como el de anoche porque detrás de este evento se pueden abrir más puertas: que la cultura forme parte de la agenda política pandemica, que les musiques recuperen espacios e ingresos económicos, que la gente se divierta y sienta todo eso que pasa cuando suena la primera canción, cuando estalla el hit de la banda, cuando ves a tus amigues reír y cantar sin dejar de moverse.
El cubo mágico giraba cada tanto para que aquellos que puedan colaboren con dinero y la puesta en escena recaude algo en momentos críticos como los que se están viviendo. A las 22.21 comenzó a sonar la última canción porque a las 22.30 había que ponerle fin a la fiesta. Esos minutos la gente lo dejó todo. Los choken también. Ani agitaba, la banda se reía tocando con más ganas que nunca, la pibada respondía. La sensación de volver fue única a pesar de closprotocolos, los distanciamientos nunca imaginados, con tapabocas que ocultan los labios pintados que cantan y gritan, con restricciones y miedo que de un momento para otro la represión de siempre aparezca. Como sea, de a poco surfeando las trabas, la música vuelve a sonar en vivo y los cuerpos se preparan para disfrutar de Rosario, sus shows, su gente, su groove. Lxs maníacos del baile están listos para enfrentar otro verano con ritmo.
Por: Ludmila López