Doblete de fechas para el “Imaginario Popular” y la manija del baile

Matilda es, para les amantes del electro pop, LA banda. Juan Manuel Godoy e Ignacio Molinos, conocidos en el ambiente rosarino como Checho y Nacho, hicieron del último fin de semana de Agosto, una verdadera fiesta.

Cuando la segunda ola de Coronavirus estalló en el país, los shows con público en vivo volvieron a ser los primeros en bajar las persianas, al menos en la provincia de Santa Fe, dónde la cultura no es considerada trabajo y más bien las autoridades eligen llamarla y tratarla como algo menor, insignificante o de ocio. Tuvieron que pasar largos meses y escraches virtuales para que el Gobernador y el Intendente se acuerden del sector artístico, o claro, tenían que acercarse las elecciones para recordar que habían cientos de artistas sin ingresos porque no les dejaban trabajar. Recién ahora las boleterías levantaron las persianas y las productoras comenzaron a agitar agendas con fechas que te dejan haciendo cuentas con tu sueldo para poder ir a todas y cada una de las propuestas.

El clima del sábado acompañó a la perfección. Mientras les chiques del D7 servían sidra fría, por micrófono se anunciaban tres consignas muy difíciles, al menos para el show que estaba por comenzar: Primero, si te levantas de tu asiento te pones el barbijo. Segundo, no pararse más que para ir al baño. Tercera, la última y más complicada de todas, POR FAVOR NO BAILAR. ¿Cómo cumplir con semejante cosa si a las 21.30 empiezan a sonar Matilda? El repertorio arrancó de forma sutil, tanto que les presentes creíamos que esa suavidad duraría todo el show. Pero no fue así. Con casi 20 años arriba o debajo de los escenarios, este dúo sabe lo que su público quiere cada vez que se anuncia una nueva fecha. Hay cosas que van ligadas al nombre de la banda, como un abrojo. Palabras sueltas que definen la identidad de Matilda, conceptos que arrastran emociones y que su gente no está dispuesta a canjearlas por nada. Eso pudo percibirse una vez más el pasado fin de semana en el doblete de fechas que metieron.

Suena entonces “Sartre en la TV” con una frase que dispara al corazón: Yo soy siempre lo que quiero, lo que puedo, lo que niego, lo que ves. Un manojo de recuerdos procesados para ser. Y eso era lo que podía sentirse. Recuerdos de Matilda tocando en cada rincón de la ciudad: los jueves del CEC, las noches al aire libre, la caída del Checho en Casa Brava, la épica presentación en el Teatro Lavardén. Matilda sinónimo de baile, de alegría, de encuentros, de veranos, de amigues, de amores, de los 90 en el presente, de las ganas de compartir la vida. Matilda, que le canta a las acciones cotidianas y te deja pensando en todo aquello que debemos cambiar, pero que mientras tanto como un gualicho divino, te posee el cuerpo y no podes quedarte quiete. “Necesitaba esto” dice el Gonza, y todes reímos. Ya no se habla de querer ver una banda que te gusta mucho, se habla de necesitar el contacto con el otre viendo esa banda que nos gusta mucho. Y entonces el sentido cambia y una vez más los políticos se equivocan, porque la cultura efectivamente es esencial para más de une.

¿Cómo puede ser que dos tipos hagan todo esto? Eso pensé la primera vez que escuché el dúo rosarino. Este sábado, muchos años después de aquel primer encuentro con la banda, mientras veía desde el segundo piso del distrito a una multitud de gente separada en burbujas y haciendo malabares con el cuerpo para no pararse y seguir bailando desde sus sillas, la pregunta volvió. Checho con camisa floreada, Nacho de negro. Dos guitarras, una pc y “las maquinistas”. Se miran con la complicidad de llevar pateando juntos casi 20 años. Nacho hace estallar los sonidos y Checho regala su danza. “Dale, bailá vos que podes”, se escucha y todo el distrito ríe. “Tengo que decir algunas cosas por contrato” suelta el cantante, y repite lo mencionado al comenzar el show: “Tienen que mantenerse en sus lugares”. Pero a las 22 en punto arranca “El Río y su continuidad” y el ambiente se pica.

Gritos, luces rojas que giran con las manos del Checho, una brisa con olor a porro, las sombras de los cuerpos sintiendo esa continuidad de la que tanto canta Matilda. Una verdadera danza sin final. Un carnaval compartido. La noche sigue. Juani Favre, cantante y compositor de la ciudad, sube como invitado del show. Suena entonces “Somos un río” y a mitad canción un silencio nos hipnotiza hasta que de repente estalla el electropop con toda la furia. Una hora más tarde el final se aproxima, tras un recorrido por sus seis álbumes, Matilda cierra con unos de sus himnos: “Los amigos del tiempo”, y vaya canción elegida. Su letra reúne todo eso que la banda nos hace sentir: cuerpos que se chocan, risas que no tienen fin, la noción de perder el tiempo, la amistad como punto de partida y el amor que fluye, motivo que nos rompe, nos une y nos vuelve a romper y bienvenido sea siempre.

Una vez más Matilda hizo lo suyo, y no queda más que agradecerle a les dos por todos estos años apostando a la autogestión, al electro pop, al agite y a las emociones. Quedamos a la espera del próximo álbum que ya casi está listo para ver la luz y para ser bailado con o sin pandemia de por medio.

 

Texto: Ludmila López 

Fotos: Sofía Coloccini

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