Los himnos íntimos

La mítica banda porteña se presentó el viernes 23 de Junio en el Centro Cultural Güemes. Una noche llena de psicodelia, público fiel, letras fértiles y paisajes sonoros.
La puesta en escena de Massacre es una experiencia necesaria que nunca nos defrauda

- “¿Te diste cuenta la cantidad de veces que las letras de Wallas tiran palabras como dolor, alma, tristeza, abrazo, destiempo?”- me dice Manu mientras apoya un porrón helado sobre una mesita del Bon Scott. Le contesto que sí, que, de hecho, durante todo el recital estuve pensando en eso… resulta maravilloso que las letras de Massacre no solo “hayan envejecido bien”, sino que en el propio añejamiento hayan destilado su mejor esencia. No es fácil resignificar palabras tan fuertes como lavadas de sentido por la praxis del habla inconsciente.

- “Paa, loco… estuvo alucinante. Igual, viste cómo es, la emoción se la imprime cada uno”-, continúa Manu, tratando de bajarnos un poco la manija y la excitación. Y la verdad, es que sí, el show que brindaron los Massacre este pasado viernes 23 de Junio, en el Centro Cultural Güemes fue alucinante.

 

La jornada comenzó puntual con una banda local: Grassa (Gato Turin en voz y guitarra, Coty Bay en voz, Hernán Manavella en guitarra, programaciones y coros, Mauricio Stabile en bajo, Fede Pelozzi en batería, percus y coros), que abrió el apetito y los paladares para el plato principal.

- “Eh, loco, ese tropical mecánico me arruina la sorpresa”, le comento a Dani (creadora de la marca Hermana) mientras me río y hago referencia a lo traslúcido del telón negro, que deja ver el ingreso de los músicos sobre el escenario. - “Debe ser jersey, por la caída”-, acota su amiga Nancy, bancándome en el chiste.

Nos ubicamos en el medio a la derecha, frente a la caja Marshall por la cual Pablo “el Tordo” Mondello dibujará y coloreará todo el recinto. Aquí tengo que hacer una breve observación: la figura del Tordo es tan vertebral en la banda como hipnótica para sus seguidores. Pablo es, aparte de un guitarrista fuera de serie y propietario de una estética sonora inconfundible, médico psiquiatra en ejercicio. Sí, y no creo que exista fanáticx que no sepa este detalle y no haya jugado a imaginárselo sobre las tablas con un guardapolvo blanco y un estetoscopio colgando. Es necesario recalcar que el mutismo de su semblante, su cabellera plateada por las nieves del tiempo y el detalle obsesivo de sus líneas guitarrísticas colaboran sensiblemente con la creación de un aura mística.

El show abre con Tengo captura, y los sintetizadores de Fico (otro multitasking demente) simulando un sitar anuncian que la noche será un éxito. Para el segundo tema, apenas suenan los armónicos distorsionados de Te leo al revés, pierdo el control y me meto en el pogo. Tanto rasgo civilizado en épocas de sometimiento extremo demanda exorcismo… “si vas a observar, observá con todo tu cuerpo”, dice mi terapeuta. Así que vuela la cerveza, emergen los cánticos y ascienden los vapores humanos.

La lista de temas, a diferencia de otras listas, es genuina y avanza democráticamente: no excluye a nadie. Suenan canciones que reavivan la llama de los que rondan entre los treinta y los cuarenta, pero también aparecen melodías que marcaron a generaciones más jóvenes. Los conflictuadictos que hemos sabido ser hallan asidero para su melancolía en las canciones, en las letras y la energía del recinto. Pienso en Rilke, y me tomo la licencia de tergiversarlo: cuando suena Massacre, para toda una generación “la adolescencia madura es la verdadera patria”.

Durante años la prensa habló de esta banda como un grupo de culto que recibió sus laureles gracias a la publicación de El Mamut y al cover de Plan B, anhelo de satisfacción realizado por Catupecu Machu. Pero creo que hay más. En cada canción, en cada disco, hay al menos dos anzuelos magníficos: por un lado, la narrativa místico-tecnológico-paranoide; y por otro el poder subyacente de la identificación y la fantasía. Cuando Wallas habla de “historias semi-verídicas” habla del umbral borroso entre lo que es y lo que puede ser. Humanidad y tecnología, conflicto e imaginación, rebeldía y evasión: el valor inmensurable de los himnos íntimos.

Al finalizar el tercer tema, Wallas rompe la cuarta pared diciendo “acá me ven, cada vez más gorda y confundide”. Sus comentarios hilarantes son un clásico aguardado por sus seguidores. En la cuota de humor (sin caer en lo payasesco), en el absurdo, en lo desopilante, hay algo que ayuda a tolerar los tiempos que nos subyugan. Y, como todxs sabemos, el valor del chiste es su carácter sintomático, la puesta en superficie de un conflicto subyacente.


La combinación de un Luciano “Bochi” Fascio (absolutamente inmerso en la ejecución y el disfrute) junto con la batería de Charly Carnota son la base y el pulso reinante del espectáculo. La disposición de la bata, más bien baja y sencilla, su afinación grave, carente de platos invasivos y la profundidad del bombo, sumados a una pegada que, vista desde afuera, parece no generar ningún tipo de gasto energético extra o innecesario constituyen un placer audiovisual en sí mismo.

Suena Querida Eugenia, Nuevo día, Sofía la supervedette, Tanto amor y varios hits más. Y a medida que el viaje transcurre, vuelvo a pensar en las letras y viene a mi memoria un aparte de Polonio, en Hamlet, que reza: “Aunque esto fuera locura, tiene sin embargo cierto método”. Y es que en las canciones de Massacre no hay receta lírica concreta. Hay, sí, una combinación explosiva de ingredientes definidos: melodías psicodélicas, escenarios inherentes al discurso psicótico-paranoide, liturgia OVNI y sufrimiento neurótico.  El campo léxico sobre el que se erigen las letras de Massacre es colindante al del análisis, la psiquiatría, la contracultura norteamericana sesentosa y un toque de Guerra Fría, una pizca de misticismo judeocristiano y otra del advenimiento y consecuencias irrevocables de Internet.

El recital finaliza con tres bises épicos: Plan B, Mi mami no lo hará y Diferentes maneras. Todxs lo dieron todo. Así que procedemos a retirarnos lentamente, abrigarnos para combatir la bruma cuasi londinense e irnos al bar del Chino, nuestra segunda casa, a tomar una birra y procesar lo vivido.

Ya entre copas, un poco adobados, pensamos que la psicodelia, en esta coyuntura sociopolítica tan absurda como dantesca, quizás, solo quizás, nos salve.

 

De yapa dejo datos curiosos de la noche:

-Wallas no portó sus clásicas calzas de leopardo.

-El Tordo tocó el 90% del recital con una stratocaster (obviamente customizada con tres humbuckers) azul y negra que matcheaba con su camisa y no con su clásico repertorio de guitarras PRS.

-La presencia escénica de muñecas de plástico y maniquíes intervenidos, junto a máscaras y sombreros ya son atributos clásicos de la liturgia de Massacre.

-Durante toda la noche hubo un puñado de varones corpulentos haciendo pogo en cueros, al grito de “abrazame así, abrazame fuerte” un toque excedidos en la agresividad de la danza. Corazones sensibles portados por masculinidades arropadas en camisas leñadoras: tengamos en cuenta al público femenino, su derecho a un pogo seguro, y las ganas de cuidarnos entre todxs.

 

 

Texto: Gabriel Lovera
Fotos: Luciano Scotta

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