¿Será que en los pueblos todo queda más cerca?: El cementerio, la iglesia, la comuna, la escuela, la comisaría. También está la costumbre de puertas abiertas, casas sin llaves, como invitando a pasar. Donde el bullicio de las ciudades no existe y la calma brinda a “escuchar” mejor. Allí donde las calles y caminos de tierra hacen que el tiempo transcurra más lento, apaciguando lo que tiene que llegar, dificultando lo que tiene que salir. Para algunos, un infierno, para otros, una salvación.   

Henry Woodgate (Ovando) es el fundador del pueblo, un estanciero inglés que, frustrado y enardecido, lamentará el destino trunco de su vida. Cuyo legado (honra), además, será vulgarmente recordado incluso por su nombre: ante la imposibilidad de pronunciarlo bien, los pobladores lo llaman “Bogate”, transmitiendo el equívoco hasta el presente.

La obra está situada temporalmente en el año 1986, una época donde las sombras de otros tiempos aún acechan: un momento histórico, vibrante, convulsionado por cambios que desataron ligaduras y viejas costumbres. Allí, tres vecinas, cada una comprometida por una situación personal que les demanda enfrentarse a fantasmas propios y ajenos, se verán interpeladas por la aparición de Henry que, como viento del pasado, llegará a sus vidas para cambiar las cosas. Las tres viven un presente que aprisiona sus deseos manteniéndolos en secreto, resguardandose del “que dirán”.      

Ana Elena (M. F. Sanfilippo), que es atea, está dispuesta a divorciarse en pos de declarar su amor secreto. Bety (M. L. Silva) es docente, idealista y rebelde,. Es la única educadora del pueblo que asiste al histórico Congreso Pedagógico del 86. Lucha para que la educación sea puesta en valor. María (V. Piccoli), casada, ama de casa, creyente, dejó de lado una vida que aún desea.

Una comunidad “pequeña” en todo sentido, pero con un tabú demasiado grande, es la moledora de pasiones e ideales. Sin lugar a la disidencia, ahogará a las protagonistas bajo el riesgo de caer en un estereotipo al cual deberán enfrentarse. 
 

Tras la pantalla

Las actuaciones, la dirección artística y escénica de la obra, recrean por momentos un stage cinematográfico vivo, con recursos acertados y bien desarrollados, incluídos en la disposición de los elementos sobre del espacio. Junto a  una destacada labor de la dirección, las actuaciones logran representar los diferentes escenarios vívidamente. Dominando el ambiente, manipulando el tiempo, todos los elementos de la obra funcionan en el relato que se percibe equilibrado, redondo.       

La obra cuenta con un logrado recurso de la dramaturgia que habilita la multiplicidad: diferentes tiempos, espacios y protagonistas en una misma escena. Rotando, accionando uno a la vez,  un rol activo y otro pasivo que se desarrolla en “off”; consigue dinamismo, una certera terceridad con el público: la representación de un pasado conocido, cercano, hábitos, y convenciones; para dar cuenta de un mundo real.
 

Cartas del pasado

El género literario epistolar (la carta), permite la comunicación en un sentido bidireccional. La comunicación se crea en la ausencia de uno de los dos interlocutores, se espera su respuesta y permite una comunicación a distancia.

El argumento, el desarrollo de la trama, el diálogo de un tiempo con otro y como ambos se interpelan, crean el mensaje, la misiva de la historia donde Henry es el protagonista. En vida, a finales del S XIX, se comunica mediante cartas sin recibir respuestas, dialoga con su presente que irá quedando en su pasado. En 1986, devenido en fantasma, Henry se manifiesta con las tres amigas con un mensaje, las interpelará como una sombra amenazante: “Hay que trabajar, hay que renovarse y mirar al futuro”.

PD: “¿Encontrarán la receta para que lo viejo se termine de morir?”. 

FICHA TÉCNICA:
Escrita y Dirigida por Natalia Pautasso
Actúan: Tincho Ovando, M. Laura Silva, Vanina Piccoli y M. Florencia Sanfilippo.
Asistente de dirección: Úrsula Díaz.
Escenografía y técnica: Ignacio Almeyda


Texto: Juan Pablo Funes