Brasil: Carnaval Nacional (y Popular)

Lejos de lamentar pesadas herencias, Brasil cosechó muchas buenas noticias durante el 2023. Su experiencia sirve para hacer un paralelismo con nuestra nación.

por Gonzulu



El primero de enero de 2023 Lula Da Silva asumió en su tercer mandato como presidente de la República Federativa de Brasil
. Esta asunción fue muy diferente a las dos anteriores (2003 y 2007 consecutivamente), y no sólo por el hecho de que Lula pasó 580 días preso, sino también porque asumió el cargo con un país muy diferente. Ese día el Partido de los Trabajadores volvió al poder luego de un proceso de seis años con dos presidencias con visiones y manejos distintos y hasta opuestos a los suyos, como lo fueron el interinato de Michel Temer y los cuatro años de gobierno de Jair Bolsonaro y el Partido Social Liberal. Lula asume después de seis años de interrupción forzada del proyecto de país del PT.

También si hablamos del contexto mundial, las condiciones eran bastante adversas, teniendo en cuenta las consecuencias de la pandemia y la guerra de Ucrania. A su vez que también los líderes de la región ya eran otros, y los lazos entre los países sudamericanos eran distintos.

Teniendo en cuenta todo esto que sucedía dentro y fuera del país, y teniendo en cuenta el intento de golpe de Estado que hubo 8 días después con la invasión de miles de manifestantes bolsonaristas en las sedes de los tres poderes, todo daba a entender que el proceso de reconstrucción y de retomar el camino que forjó el PT durante 12 años, no iba a ser para nada sencillo.

Acá en Argentina estamos muy acostumbrados a escuchar que las “pesadas herencias” traen un tiempo de sacrificio y vacas flacas, y que lleva años o hasta décadas recuperar la estabilidad  económica y social de una nación. Pero Brasil durante el 2023 demostró que no necesariamente es tan así.

Habiéndose cumplido un año de la asunción de Lula como presidente, Brasil viene cosechando muchas buenas noticias que repercuten directamente en la vida de los ciudadanos. Tal vez algo del ejemplo del país del hermano sirva para hacer un paralelismo con la situación de nuestro país y los males que lo acechan.

 

UN DICIEMBRE DE BUENAS NOTICIAS

Cerrando el 2023 los diarios internacionales publicaban muy seguido buenas noticias provenientes de Brasil, en materia de índices, que no son estáticos en los papeles, sino que también se traducen en mejoras sustanciales para la sociedad brasileña.

Los éxitos económicos fueron varios, empezando por el fortalecimiento del Real frente al Dólar: la moneda estadounidense bajó de R$ 5,18 a R$ 4,92 en un año.

Siguiendo con las noticias económicas envidiables desde Argentina, también podemos hablar de la inflación, porque el índice interanual de diciembre dio una inflación del 4.62% acumulado en todo el 2023, siendo el número más bajo desde 2019, y el único que cumple la meta desde 2020, cumpliendo con creces las expectativas que se plantearon a principio de año.

Las fiestas llegaron a Brasil con la traducción de estos números en beneficios eficientes para sus ciudadanos. El 28 de diciembre Lula da Silva firmó un decreto por el cual aumentaba el salario mínimo un 6.8% (por encima del 4.6% de inflación interanual), llevándolo a R$1415, equivalente 291 dólares.

Unos días antes, el 20 de diciembre el gobierno del PT logró promulgar la reforma tributaria que permite la coexistencia de empresas mixtas públicas y privadas, así como el fin de los impuestos sobre la canasta básica. Esa misma noche, en Argentina, Javier Milei anunciaba el mega DNU de desregulación económica.

Para coronar, dos datos que demuestran la magnitud del crecimiento. Brasil alcanzó el superávit comercial más grande de su historia, y así desplazó a Canadá como la novena economía del mundo.

 

GEOPOLÍTICA Y NACIONALISMO PRODUCTIVO, LAS CLAVES

¿Cómo hizo Lula para cosechar tanto logro en tan poco tiempo teniendo en cuenta la “pesada herencia” que recibió del gobierno anterior? La explicación a este carnaval de samba y buenas noticias es sencilla como mirar adentro y afuera. Para adentro una política de proteccionismo de la industria nacional y fortalecimiento del Estado, y para afuera una geopolítica multipolar pensada en términos desideologizados en pos de los intereses de los brasileños y sus hermanos regionales. Nacionalismo y realpolitik.

Empezando por los BRICS, el bloque económico del cual Brasil es uno de los fundadores, que el 1 de enero de 2024 oficializó el ingreso de cinco nuevos miembros y pasó así a contener el 35% del PBI mundial. Lula intercedió fuertemente para que Argentina sea invitado a participar del bloque, pero luego el gobierno de Javier Milei declinó su ingreso.

La relación del gigante latino con los miembros del BRICS no sólo se asentó sino que creció muchísimo. Por ejemplo, en octubre realizó con China la primera transacción de la historia evitando el dólar entre estos dos países, utilizando reales y yuanes.

Por otro lado, acrecentó su relación con la India, su principal aliado económico a nivel mundial, y aquí podemos empezar a hablar de lo desideologizado de sus relaciones internacionales, pues el primer ministro indio, Narenda Modi, es un nacionalista de derecha, que se supone está en las antípodas ideológicas de Lula.

Respecto al Mercosur, Lula tuvo un papel clave en muchísimas negociaciones. Fue quien pulsó para la inclusión de Bolivia en el bloque regional, y también fue el encargado de acordar con el primer ministro alemán Scholz para cerrar el acuerdo con la Unión Europea (desplazando de la negociación al francés Macrón, con quien se venía dilatando).

Otro dato clave en cuanto a geopolítica es que Brasil asumió en octubre la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, y apenas lo hizo, encaró gestiones con Egipto para acelerar la evacuación de civiles de la Franja de Gaza.

 

UN MODELO QUE SE SOSTIENE

Hay un dato que explica de manera determinante el ascenso de Brasil como el gigante latino que es hoy por hoy: en 22 de los últimos 23 años tuvo superávit comercial (más exportaciones que importaciones), independientemente de cuál haya sido el gobierno de turno: Fernando Cardoso, Lula da Silva, Dilma Rousseff, Michel Temer y Jair Bolsonaro gozaron de este índice positivo.

Esto habla de un modelo que se sostiene en muchos aspectos, más allá de los gobiernos de turno y de sus tan distintas ideologías, y se puede hacer una buena comparación entre los gobiernos de Lula y de Bolsonaro, uno que se podría decir que es de izquierda popular y otro que es de extrema derecha.

Ambos gobiernos mantuvieron políticas de proteccionismo de la producción y el consumo interno, y en cuanto a sus relaciones internacionales estrecharon lazos con los países del BRICS más allá de las fuertes diferencias que puedan tener con países como China e India uno y otro.

Por supuesto que hay diferencias abismales entre las gestiones de Lula y de Bolsonaro. Lula siempre invirtió en la salud pública mientras que Bolsonaro la desfinanció, y se vio muy claro en las políticas durante la pandemia y en la terrible cantidad de muertos que tuvo como consecuencia. Y si hablamos de medio ambiente, la diferencia es total: la destrucción del Amazonas fue gravísima durante el gobierno de Bolsonaro. De hecho en 2022 se alcanzó el récord de deforestación con 10.278 kilómetros cuadrados, mientras que el año siguiente asumió Lula y finalizó el 2023 reduciéndola a la mitad (5.153 kilómetros cuadrados).

Pero más allá de los obvias diferencias, el factor clave que quiero subrayar son las políticas nacionalistas, que se sostienen tanto en un gobierno de izquierda como en uno de derecha. A costa de distintas cosas y con diferentes consecuencias, se sostienen.

 

DIFERENCIAS Y SIMILITUDES EN LAS NUEVAS DERECHAS

Entonces, ¿en qué se sostiene la comparación constante que se hace entre el gobierno de Javier Milei con el de Jair Bolsonaro? ¿Y con el de Donald Trump?

Milei y Bolsonaro se parecen mucho en cuanto a lo ideológico y ahí se pueden encontrar muchos puntos en común, respecto a las ideas sobre la libre portación de armas, a las posturas sobre la comunidad LGBT, a la negación del cambio climático y muchas ideas más que son propias de la ideología de derecha.

Pero si hablamos de políticas económicas e internacionales podemos notar varias diferencias. Aunque hubo una mayor apertura que con el gobierno del PT, Bolsonaro siempre mantuvo las importaciones por debajo de las exportaciones. Al contrario, Milei con la idea del libre mercado propone la apertura indiscriminada de importaciones y sus competencia libre con los productos nacionales, mientras que las exportaciones este año se verán muy reducidas por la ruptura con los BRICS, entre los que están China e India, los países que son junto a Brasil los principales destinos de las exportaciones argentinas.

Es que en cuanto a la ruptura con los BRICS y las relaciones geopolíticas está la otra gran diferencia. Bolsonaro impulsó con mucha decisión la participación de Brasil en los BRICS y los negocios con sus miembros, más allá de las diferencias ideológicas que pueda tener con ellos. Por su lado, Milei rechazó la invitación de ingreso al bloque, alegando que él “no piensa negociar con comunistas” refiriéndose a los gobiernos de Lula y de Xi Jinping, más allá de que el bloque lo integran también países con gobiernos de derecha, como la India o Arabia Saudita.

En resumen, el gobierno de Bolsonaro tenía una idea de beneficio nacional en sus relaciones internacionales, viéndolas desde una perspectiva puramente comercial, mientras que Milei prioriza lo ideológico por sobre lo comercial, aunque lo que se puede leer detrás de eso es el abandono de una postura multipolar en pos de alinearse a los intereses globales de Estados Unidos e Israel.

Y si lo comparamos con el gobierno de Donald Trump, principal exponente de las nuevas derechas, encontramos también muchas similitudes ideológicas, pero muchas diferencias en otros sentidos. La principal diferencia es el nacionalismo extremo de Trump que no tiene nada que ver con el gobierno de Javier Milei, salvo en algunas ideas xenófobas que hay en común, como las que tienen que ver con los inmigrantes.

Si hablamos de nacionalismo en términos económicos, industriales y de Estado, las diferencias son abismales. Trump se encargó de realizar una fuerte política de protección de la industria nacional, sustitución de importaciones y su gobierno hasta realizó un boicot internacional al gigante chino Huawei en pos de proteger el liderazgo de Apple en su país.

De hecho hace unos días Trump declaró que, en el caso de ganar este año las elecciones presidenciales, bloqueará la venta de la empresa productora de acero US Steel, que hace unos meses se oficializó que sería vendida a la japonesa Nippon Steel. Por su parte, Javier Milei propone la privatización de todas las empresas del Estado, incluso vendiéndolas a capitales extranjeros, como ha sucedido en los 90 por ejemplo con YPF, vendida a la española Repsol.

Si hablamos de derecha o izquierda, se parecen mucho los tres. Si hablamos de nacionalismo o globalismo, aparecen las diferencias.

 

CONCLUSIÓN

Si reducimos el análisis a las categorías de izquierda y derecha, nunca podremos entender el fenómeno en su totalidad.

En Brasil lo tenemos a Lula, referente de la primavera progresista latina de las últimas décadas, estrechando lazos con Narenda Modi, un nacionalista de derecha, y unos años antes lo tuvimos a Bolsonaro, de extrema derecha, entablando relaciones comerciales con Xi Jinping, presidente del Partido Comunista chino. El gobierno de Trump tuvo políticas estatistas y de proteccionismo nacional propias de los gobiernos de Perón en Argentina y posteriormente del kirchnerismo.

Tanto Trump como Bolsonaro se llenaron la boca de elogios hablando de Milei y sus ideas, pero el gobierno del argentino sólo se parece a los de ellos en la máscara ideológica, y a la hora de contar porotos no tiene nada que ver.

Parece que las nuevas derechas tienen propuestas diferentes para las grandes potencias y para el tercer mundo. Spoiler alert: en ambos casos favorecen a  las grandes potencias.

Pensar al mundo y a la geopolítica en clave de izquierda y derecha nos permitirá ver sólo un pedazo de la historia, y terminaremos pensando que los gobiernos de Milei, Trump y Bolsonaro son iguales. Tal vez sea hora de empezar a ver a través del lente de otras categorías, como nacionalismo, globalismo, regionalismo, multipolaridad, desarrollismo o colonialismo.

Hace varios años Donald Trump dijo en un discurso que “el futuro no pertenece a los globalistas, pertenece a los patriotas”. ¿Será esa la dicotomía a la que tengamos que empezar a prestarle más atención?

La campaña del #MileiNo no caló hondo en la sociedad cuando lo señaló de fascista, de extrema derecha. Quizás la mayor épica que despertó fue cuando habló de unidad nacional, y llevó la discusión al terreno de patria o colonia.

El peronismo se funda sobre una base de tercera posición, una ruptura de la dualidad que generó un antes y un después en la historia política argentina y que propuso justamente la unidad nacional entre dos extremos que en el mundo parecían imposibles de conciliar. Tal vez ahí haya un terreno fértil para pensar una oposición verdaderamente inclusiva para todo el pueblo, que le gusta vertirse de celeste y blanco.

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