El miércoles volvió a presentarse Juan Wauters en Rosario después de 5 años, en una noche íntima en Casa Brava.
Parte la semana al medio una buena visita en la ciudad, que a pesar de ser miércoles de junio, está viva y activa. El barrio de Pichincha está en movimiento, y la calle Richieri se ilumina con una fila de personas ansiosas por entrar a Casa Brava.
En la fila me encuentro con Sofi, que está de cumpleaños pero comprometida con su labor de fotógrafa en una fecha que la tiene entusiasmada hace varias semanas. Y esa sensación se repite en cada persona que hace la cola, y no se si es estético o es ético, pero parece que todos tienen algo en común.
Claro, qué despistado yo, que no les explico qué hacemos acá un miércoles de otoño, como si fuera obvio. Hoy vuelve Juan Wauters a Rosario, la Jota y su guitarra, después de 5 años. Viene haciendo una gira latina de esas maratónicas: anteayer tocó en Asunción, ayer en Córdoba y mañana toca en Santiago.
Entramos, y qué lindo es Casa Brava cuando no está hasta las manos de gente. Nos cruzamos amigos, gente de la casa, que nos cuenta que Juan anda medio pachucho, que tanto traqueteo lo tiene un poco enfermo y está arriba tomando un tecito y bien abrigado. Nosotros mientras nos preguntamos si podrá darlo todo, ocupamos una mesa, pedimos un vino y algo para picar.
Sale Juan a escena, solo con su guitarra. Simpleza en sus ropajes y en el escenario. La gente se amucha adelante de todo a escucharlo. Todos sonríen, sin excepción. Toca un par de canciones con su guitarra, a modo de saludo, toca algunas que no fueron grabadas, toca Pasarla bien, toca Milanesa al Pan (el tema que hizo en colaboración con Zoe Gottuso). Salta, corre, revolea la viola y está contento.
Deja la guitarra en el piso, pide que le dejen sólo las luces rojas porque así es más cálido, acomoda la alfombra, que de tanto salto se había movido, y empieza a caminar de un lado al otro del escenario y a contarnos en cuál anda. Nos cuenta que está medio enfermo, que estaba todo abrigado tomando tecito en el camarín, que se hizo sudar para entrar en calor la garganta, que hacía mucho no venía, que lo agarró Covid y grabó un disco que nunca pudo mostrar, que ahora está más instalado en Montevideo, que le hace bien cantarle sus canciones en español a gente que lo entiende, que su gente de Nueva York también necesita sus canciones, que venia tocando en banda, pero que venir solo tambien le permite esto que es tan auténtico. Y nos pregunta a nosotros qué onda Rosario, qué pasó el último tiempo acá y nosotros decimos "uhhhh" y nos reímos, y le decimos que lo queremos mucho y se nota que esto le hace muy bien. De hecho dice que tal vez tenga que venir más seguido. Sí, nos contó muchas cosas, es como hablar con un amigo, porque él se para en ese lugar.
Luego de esta charlita nos regala unas canciones a capella y hay una carga emocional muy alta. Es tan simple y uno no entiende si construir la simplicidad es algo complejo o es así nomás como le sale a él. Le canta al miedo y la paranoia de vivir en ciudad, le canta a la fruta y al camión por la ruta que te trajo a ti la fruta hoy. Nos hace pronunciar la errrrrrre de "Rrrrrrica la fruta que trajo el camión" y salta y es re chistoso.
Hay un sensación de calidez y se nota que hay gente muy contenta de estar viviendo este instante íntimo. Es tan poco lo necesario para sentirse bien.
Vuelve a agarrar la guitarra, que estaba apoyada en el suelo del escenario. Toca el temazo que tiene con Mac de Marco, Real, pega unos saltos increíbles, corridas que rompen la materia del humo, vueltas de 360 grados y unas poses agachadas propias de un violero rockstar. Es realmente muy divertido esto que estamos viviendo. Así confirmamos que lo está dando todo, y la verdad es que no parece que esté enfermo.
Nos explica que no hay mucho mas planeado en este show que lo que estamos viendo. Alguien le cuenta que capaz vuelven a juntarse Los Piojos y él nos dice que algo escuchó y que esto está buenísimo. Un pibe que se lo notaba muy feliz y estaba al lado nuestro, adelante de todo, le cuenta que vino desde Santa Fe y le regala una remera. Nos cuenta también que nunca canceló un show, que cuando aparece esa idea siempre algo lo detiene, y que nunca lo va a hacer. Anteayer tocó en Asunción y contaba que se le cruzó por la cabeza esa idea, pero después del show conoció a dos argentinos que habían viajado desde Corrientes para verlo. ¡Imaginate si lo cancelaba!
Van pasando las canciones y nos dice que básicamente el show se termina cuando le dejemos de pedir canciones, y así empezamos a pedirle temas. Yo me di el gusto de pedirle Blues Chilango, la tocó, y eso estuvo re bueno. También tocó varias más de La Onda de Juan Pablo (si no lo escucharon nunca a Juan, recomiendo mucho este disco).
De a poco va terminando el recital, y yo ya no sé cuántas veces le agradecí a Sofi por haberme mostrado a este artista alucinante. Insisto, te hace ver que la vida es algo simple, que emocionarse no es caro, y que la profundidad está en todos lados.
Tras regalarnos varias canciones más, se despide, se sienta en el borde del escenario y se toma el rato de saludar a cada persona que se acerque y de charlar un ratito con quienes quieran.
En una era de tanta virtualidad y lejanía, lo que hace Juan es de verdad, su forma de mostrar su música es tan sencilla como la humanidad, que no es nada del otro mundo, es algo de carne y hueso, y qué bonitos son la carne y los huesos que nos hacen.
Fuimos a ver un artista, pero terminamos conociendo a una persona.
Texto: Gonzulu
Fotos: Sofía Coloccini