Sig Ragga hace desaparecer el Lavardén

El no tiempo encapsuló a un público sumergido en el eclecticismo violentamente armonioso de la banda santafesina.

  Por Tomas Faranna

  Sig Ragga logró congelar el paso del tiempo el 23 de Mayo del 2015 en el Lavardén. Durante una hora y media las 400 personas que se arrimaron al teatro de calle Mendoza y Sarmiento se vieron sumergidas en un nirvana con soundtrack de raíces jamaiquinas. Si la banda eligió sentar base en el reggae es puramente por excusa, o un inagotable capricho. Más allá de esto, hay algo efectivamente comprobable y es el saldo que dejó. Lo bien que les sienta tocar en un teatro, la expectativa ante el próximo trabajo discográfico y una pregunta existencial: de dónde carajo son estos muchachos. ¿Terrestres? Imposible.

 

  El grupo santafesino comenzó su recorrido alrededor de quince años atrás pero recién en 2009 sacarían su consolidado primer disco, que se titularía igual que el nombre de la banda. El disco homónimo les daría un impulso, hasta hoy, inusitado. El quiebre, el despegue, se daría cuatro años después con su última, hasta hoy, placa discográfica, “Aquelarre”. Sig Ragga logra un disco más que acabado, pulido, articulado, balanceado y sumamente maduro. Se para frente al rock nacional como una de las premisas de vanguardia y hasta logra copar los festivales del mainstream como el Lollapalooza, entre otros.

 

  El show transcurría como la cinta de una película y difícil es decir que esa noche sólo vimos a una banda. Sin interactuar con el público, los cuatro integrantes se movían al compás de una coreografía que, gradualmente, se fundía con acordes. Reggae, ritmos balcánicos, afro, ska, jazz, el rock latino enmascarado, soul, y seguimos contando. Algo más hay que estos géneros. Sig Ragga puede parecerse a muchas cosas pero nada se parece a Sig Ragga. El eclecticismo se reversiona con una propuesta superadora que nuclea más de un arte, más de lo musical. Es una banda que actúa y unos actores que tocan magistralmente una película. Las caras pintadas de luna plateada, sus túnicas y esos movimientos armoniosamente frenéticos conjugan el escenario rehén de un sueño que dura sólo unos minutos, en el no tiempo.

 

  Reafirmando sus dos primeros trabajos de estudio, el disco homónimo y Aquelarre, los cara-plateada encapsularon al público, ya desde el inicio, invitando a todos a dejar su silla; a partir de ahí, cada vez más lejos del piso. Sig Ragga arrastró a los espectadores sigilosos a un mar de sentimientos híbridos que con un platillo, una base de bajo sintetizado o un acorde desgarrador lejano, les pintó un nuevo escenario, una nueva razón. Un domo encerró a los viajantes que asistieron al Lavardén y los llenó de preguntas dejándoles sólo una duda. ¿Cuándo vuelve Sig Ragga?

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