Privado de Humanidad

Crónica del maltrato geriátrico

Cerca de la cancha de Central se encuentra la “Residencia para Mayores San Agustín”, ubicado en José Ingenieros  991, podés llegar fácilmente en la línea 110. Te deja justo en la esquina. A la vista es sólo una casa antigua, pintada de anaranjado o rosa -el descoloramiento no ayuda a precisar cual de los dos será el original- y no tiene cartel alguno que avise que allí funciona un geriátrico. 

Por definición, un geriátrico es una institución compuesta por médicos y enfermeros/as que se ocupa precisamente del cuidado y el tratamiento de los ancianos. El doble objetivo de su existencia es brindar cuidados y asistencia a los pacientes durante las 24 horas y fomentar el desarrollo de sus facultades físicas, cognitivas, mentales y emocionales. Hasta ahí vamos bien con las definiciones de diccionario, la segunda tiene que ver con la gestión de tipo privada. Ésta sólo tiene por objetivo ser eficiente en la obtención de recursos y ganancias para la empresa privada mediante  la venta de bienes o prestación de servicios. La empresa es el elemento fundamental y su actividad económica no está controlada por el Estado. La pregunta que sobrevuela es ¿qué pasa cuando la prestación de servicios es para los ancianos?, ¿qué pasa cuando el interior está tan carcomido y descolorido como el exterior de la institución?

Norma (no es su verdadero nombre) es una mujer mayor de unos 87 años, aproximadamente, que allí reside, al vuelo y al paso oímos de su boca estas palabras: “Se siente una basura uno, pero qué le vas a hacer si uno está adentro”. Confusión y extrañamiento provocaron sus palabras, también curiosidad.

Así descubrimos nombres y actos de horrible inhumanidad. Silvia María Armoa es la dueña y cocinera del lugar, Anabela y Emanuel son hijos suyos, también forman parte del personal a cargo de los mayores que allí residen. Ella estudia el primer año de enfermería y en la institución es la encargada de suministrar las vacunas; él es encargado de los cuidados y atenciones necesarias para cada residente. A simple vista toda hermosa esta familia que trabaja para nuestros seres queridos, hasta que la información llega: lo real no se condice con la realidad. Silvia escatima los alimentos y muchas veces estos están podridos, pero no importa, igual sirven para “los viejos”; Anabela inyecta medicamentos sin un médico/enfermero delante para avalar su trabajo y ver que tanto los compuestos como las dosis sean los que la persona necesita; Emanuel trabaja bajo la acción de estupefacientes y maltrata a gritos y golpes a quienes se quejan de sus actos. Además de ellos, varias mujeres han pasado por la institución y varias se han ido debido a los malos tratos que han observado en personas que no pueden defenderse, porque como dijo Norma, ellos están adentro.

Cuando es necesaria una nochera, a veces, llaman a Melisa. Ella asiste con su pequeña hija de menos de 4 años. La nena no es problema, sí lo son las condiciones poco higiénicas a las que se la expone: pañales sucios, gérmenes, inodoros en precarias condiciones y múltiples enfermedades. Aún así, llaman a Melisa y ella asiste. Madre, podría pensarse, por lo tanto, buena persona. No, error. Melisa amordaza a quienes se quejan, los golpea, humilla e incluso ata a las camas para que no la molesten. Irónico que tu paciente sea tu molestia.

Miedo, tienen miedo los abuelos y las abuelas residentes, las personas que allí trabajaron y tuvieron un acto de compasión por ellos. Temen decir la verdad y que no les crean, que los ninguneen, que se vean obligados a ocupar el lugar de cómplices, a que les cierren puertas de trabajo por defender el derecho a una vida digna hasta en las últimas etapas de la vida.

El barrio sabe. Por las noches se escuchan gritos de dolor, pedidos de ayuda. Nadie dice nada, hasta que Raquel (no es su verdadero nombre) se cruzó en nuestro camino. Nos rompió el alma, porque el horror es la realidad de cada día. Ella se fue hace tiempo y aún así no podía olvidarse, algo tenía que hacer porque esta gente quiere abrir otra sede geriátrica a la vuelta, en una ex casa de fiestas infantiles, cuyas instalaciones están acondicionadas para los más pequeños y su reacondicionamiento nunca va a ser puesto en práctica. “Si necesitan usar los baños que se acomoden”, las palabras de Silvia, la dueña. Espantoso. Así llegamos a este derrotero de inhumanidad que el la “Residencia para Mayores San Agustín”, donde el maltrato físico y verbal son moneda corriente; la suciedad cae del techo y sube desde el suelo; el olor a pis inunda los cuerpos y nunca se va porque la ropa sucia se enjuaga con perfumina y un poco de lavandina y sanseacabó la limpieza de las prendas; no hay personal médico a disposición, la Dra. va los lunes, los demás días los medicamentos se suministran sin control profesional; usan recetas falsas para comprar los medicamentos, re-utilizando sellos médicos que los encargados poseen (Emanuel, Silvia y Anabela); se les imposibilita el ir al baño cuando lo necesitan; las infecciones son el pan de cada día; se “limpia” con lavandina, perfumina y un único trapo a los 14 residentes; uno se enferma, se enferman todos y lo peor es la mentira.

Mienten, mienten a las familias y a quien pregunte. No se baña, ni alimenta, ni asiste, ni cuida de manera debida; no se permite la queja sin sanción impuesta, se intimida a gritos y golpes, se neutraliza a base de medicamentos, se obnubila la mente, se desprecia el valor de la vida.

Una empresa privada que te priva de Humanidad.

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