El equipo Argentino de Antropología Forense, confirmó hoy que ese manojo de huesos encontrados en Villarino viejo, pertenecían a Facundo Astudillo Castro. La calma que trajo el agua de lluvia, duró poco. La alegría de ver las islas sin fuego se vio intervenida por un miércoles que suma ausencias.
El 30 de abril Facu vivía. La policía Bonaerense le labra un acta por incumplir con el aislamiento social obligatorio. Facu quería reencontrarse con su ex compañera. Verla. Abrazarla. Estar cerca. Su destino era Bahía Blanca, pero no llegó. Su última foto es en un patrullero, esposado y sin la zapatilla izquierda.
No más revolver calabozos para encontrar sus pertenencias en bolsas de residuos, ni hurguetear en descampados sin salidas, ni revisar las casillas de mensajes de sus amigos por si Facu les escribió. Su mamá ya no espera que suene el teléfono de casa dando aviso de lo peor, porque lo peor pasó.
La crueldad está personalizada en la fuerza policial, en los fiscales, los jueces y cuanto les sigan. La política está repleta de palabras y promesas, de frases hechas, de amigos del poder que hacen y deshacen a su antojo. El Estado entero está podrido.
Quieren cristalizar la mentira. Confundir. Darle un giro menos trágico a la historia. Convencer a un pueblo curtido en memoria que Facundo se perdió o que tal vez sufrió un accidente.
¿Como piensan transformar del corazón de Cristina Castro el “mami no tenes idea donde estoy. No creo que me vuelvas a ver” que su hijo le dijo la última vez que hablaron?
Sola crió a sus tres hijos y sola supo que ese manojo de huesos era el. Manosearon mediáticamente a su familia, su vida y también su pérdida. Hubo quienes se atrevieron a anunciar un día antes la muerte de Facu. Otros con cargos políticos, se sentaban en la mesa más nefasta de la televisión argentina, y prometían mientras brindaban con vinos caros, que ese pibe iba a aparecer. Pero fuera de cámara tenían que googlear el nombre de quien hoy nos falta.
Cada batucada y su sonido a redoblante. Cada mural que se pinte de colores. Cada olla popular. Cada lectura compartida con mate de por medio. Cada letra de cualquier canción que hable de pueblo. Cada bandera que se levante. Cada semilla de cultura que se plante. Cada abrazo entre compañeros después de una dura lucha, ganada o perdida. Cada lágrima. Y cada brillo en las miradas de quienes apuestan a resistir. Todo tendrá el nombre de Facundo Astudillo Castro.
Se terminaron los años de discriminación por vivir del otro lado de las vías. De la policia molestando por ser morocho, usar gorras y hacer dedo. Por defender los derechos humanos. Por abrazarse a la libertad. Se terminaron las idas y vueltas con su compañera, las corridas de bondi, el silenciar el celular cuando decía “mami llamando”. No más guitarreadas con amigos. Ni próxima cuarentena para experimentar. No más sueños, proyectos o amores. No lo dejaron cumplir 23 años, ni fundirse en los brazos de quien le hacía poner el mundo al revés.Facundo se suma hoy a los miles de fallecidos por violencia institucional, pero también se graba en la memoria colectiva de quienes corren detrás de la verdad.
Que las gargantas griten presente, que los corazones no se dejen convencer por el odio que despliega Berni y sus secuaces, que los puños estén en alto, que los cuerpos aguanten porque acá se resiste. La lucha de Cristina se vuelve colectiva, y el dolor se convierte en aguante para volver a gritar: NUNCA MÁS, MEMORIA VERDAD Y JUSTICIA.
La violencia institucional no es democracia.
FACUNDO ASTUDILLO CASTRO, PRESENTE HOY Y SIEMPRE.
FUE LA POLICÍA.
Texto: Lopez Ludmila
Ilustración : Paz 20