Dos funciones con entradas agotadas junto al río, en el CEC. Un texto audaz y una interpretación magnética.
“Matate, amor” volvió a Rosario con dos funciones los días 22 y 23 de agosto. Es la adaptación teatral de la novela de Ariana Harwicz del mismo nombre que ya había sido presentada en Rosario el año pasado, con entradas agotadas como ahora. Se trata de un monólogo, o si se quiere ser más exacto, un soliloquio en el que el personaje despliega sus pensamientos. Acompañada por sonidos que evocan los recuerdos, las sensaciones, las fantasías y algunos apartes dirigidos a los técnicos y colaboradores que parecen indicar, por momentos, la apertura a un diálogo. De la obra se ha dicho que es una crítica al lugar que ocupa y lo que se espera de la mujer en este mundo, a la imposición de un modelo de maternidad. Es verdad. Pero se trata sobre todo del fluir de un pensamiento atravesado por el deseo. Sabemos que muchas veces el deseo no se dirige hacia donde se supone que debe ir. Si es un deseo que incomoda por su incapacidad de reproducir un orden establecido, también es el que habilita la palabra. No habría expansión de la palabra, ni monólogo, sin el deseo por la palabra, por pasar por la voz aquello que nos atraviesa. El deseo desbocado, el deseo que pasa los límites, el deseo que no se acomoda. Érica Rivas ofrece una interpretación memorable donde despliega un amplísimo registro que le permite moverse por el texto con mucha fluidez. Porque aquí la palabra se desata y la actriz puede pasar de las evocaciones líricas más sutiles a gestos y entonaciones que descomprimen en risa lo que en momentos toca los límites de lo decible. Quizás sea la risa una clave, quizás sea lo que haga más ligero el asomarse al abismo del deseo desbocado, a un fluir de conciencia que narra con la misma intensidad el erotismo exacerbado y el deseo de destrucción total.