Por Laura Pizzorno

Poesía y metáfora encarnada en el actor Gustavo Maffei, con la dramaturgia y dirección por Cecilia Bolis, resultan en una movilizante creación sobre la vida de un hombre y su soledad, en la selva misionera. 

Objetos de madera artesanales y libros de hojas amarillentas forman parte de una escenografía que contextualiza esta historia en sepia: la armonía visual, los colores cálidos son apenas una porción de lo que puede verse; existe un juego recurrente entre la fantasía y la realidad, la locura y la conciencia, que invita al público a entregarse a sensaciones extrañas, también nuevas. Palabras que recita y desarma, el cuerpo suyo inmerso en una rutina, se abre espacio a reflexionar en él algo sobre nosotros, algo sobre lo humano y su eterno roce con lo salvaje. 

Esta pieza lleva el nombre de Síncope blanco, un cuento maravilloso de amor y muerte escrito por Quiroga, publicado en 1999 en el libro cuyo título completo es “El síncope blanco: y otros cuentos de locura y terror”. La obra teatral que crearon Bolis y Maffei toma este nombre y ofrece un testimonio fragmentado del protagonista, único actor en escena, desde la flora silvestre: por el día sólo con el sol que es su único amigo, por la noche sólo con sus sombras.

Pasan los minutos mientras todo se hunde en una lúgubre energía, la cara que habla cuenta una historia distinta a la voz, pero analógica, el sonido de la selva se apodera y es música o acecho. La existencia se vuelve difícil: el protagonista lo da todo y aun hay algo que no obtiene. 
Contempla su soledad, él es el material del que está hecha.