Falleció Fabián Tomasi, asesinado por agrotóxicos

A los 52 años falleció en Basavilbaso el hombre que con su propia vida evidenció las graves consecuencias de los agrotóxicos.

Fabián Amaranto Tomasi trabajaba cumpliendo tareas de carga y bombeo en una empresa de fumigación aérea en campos de la provincia de Entre Ríos, que es uno de los pedazos de tierra más fumigados en la Tierra. Durante años llevó adelante este trabajo, manipulando agroquímicos sin tomar medidas de seguridad.

Luego de varios años de trabajo insalubre se le diagnosticó polineuropatía tóxica severa y atrofia muscular generalizada, lo cual lo obligó a jubilarse muy tempranamente y a pasar sus días recluído en su casa "Me envenenaron y me metieron en una prisión domiciliaria. Mi vida transcurre en mi casa. Me jubilé por incapacidad y me detectaron polineuropatía tóxica severa, la ‘enfermedad del zapatero’. Es aspirar los solventes que traen las sustancias, que son todas similares y afectan el sistema nervioso periférico” comentaba hace unos años Fabián explicando su situacion.

Diferentes medios de todo el globo se acercaron para visibilizar su situación y su imagen se volvió un símbolo mundial de la lucha contra los agrotóxicos, cuando el fotógrafo Pablo Piovano lo retrató en su cotidianeidad en 2014, en su exposición El costo humano de los agrotóxicos.

Este viernes por la mañana Fabián falleció, tras no resistir su última intervención.

La muerte de Fabián es el reflejo nítido de este sistema productivo que rige el mundo y riega nuestros campos. Un sistema productivo que no tiene en cuenta la vida, ni siquiera la vida humana, con tal de tener un mayor rédito en las arcas de un puñado de terratenientes. Un sistema productivo en el que la empresa multinacional que se encarga de fumigar nuestros campos y envenenar nuestros alimentos, es comprada por la empresa multinacional que hace décadas se dedica a la venta de fármacos de todos los tipos y colores. Un sistema productivo al que no le importan lxs niñxs que van a la escuela al lado del campo que están fumigando.

 

Compartimos con ustedes la carta abierto que Fabián escribió en marzo de este año para La Garganta Poderosa:

"Desde muy joven, durante muchos años, trabajé en el campo guiando avionetas, en contacto directo con agrotóxicos. Y yo soy de Basavilbaso, Entre Ríos, donde la gente aprendió a pasar por encima de la frustración sobre las carrozas de los carnavales. Pero lamentablemente, detrás de sus coloridas luces o debajo de sus majestuosos escenarios, hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas 4 meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas 9 años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55% de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia…

La más fumigada del país,
una de las más envenenadas del mundo.

Nunca participé de ninguna fiesta. Ni antes, porque jamás me alcanzó el dinero, ni ahora, porque hace mucho tiempo me diagnosticaron polineuropatía tóxica severa, con 80% de gravedad: afecta todo mi sistema nervioso y me mantiene recluido en mi casa. Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar.

Tengo miedo de morir.
Quiero vivir.

Tal vez, ese miedo me pueda servir de escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así, con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme así. Ahogado, de rabia y de temor.

Yo no quiero ahogar mis palabras.
Quiero gritar.

Muchas provincias del litoral son arrasadas por el glifosato y el resto de sus químicos, como si desconocieran que los seres humanos tenemos un 70% de similitud genética con las plantas. ¿Cómo esperaban que sus venenos aprendieran a distinguirnos? No lo hacen. Por eso, cuando se fumiga, sólo un 20% queda en los vegetales y el resto sale a cazar por el aire que respiramos. ¿Entienden? No todo es brillantina y diversión en lugares como San Salvador, el “Pueblo del Cáncer”, donde la mitad de las muertes derivan de la misma causa. Allí, el carnaval nunca llega… Y sí, recibí muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a diario. Pero ya no basta con decir “Fuera Monsanto”, porque las cadenas de maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro enemigo se volvió demasiado fuerte…

No son empresarios,
son operarios de la muerte."

 

 

Texto: Gonzalo Luján

Foto: Pablo Piovano

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