Reparticiones

El desencuentro de los reventadores de flotadores de pileta con los tiradores de casitas de cartas revela el mismo origen que la frustrada sociedad anónima de compartidores de chupetines. Por Soledad - Foto: A.R

Como suele suceder en un país donde los distritos ricos angostan sus veredas y los pobres se ocultan en el fin del asfaltado, los chicos del barrio tenían pudor de revelar sus más increíbles aficiones.

Así nunca llegaron a encontrarse los reventadores de flotadores de pileta con los tiradores de casitas de cartas. Los chupadores de carozos de aceituna jamás conocieron a los de durazno y los mordedores de polvo no llegaron a relacionarse con los de tapitas de lapiceras Bic.

La sociedad anónima de compartidores de chupetines nunca vio la luz y todos aquellos que preferían intercambiar pininas se quedaron con tristes bolillones transparentes. Quienes sabían las reglas del Rummy siempre creyeron que el Grillo era sólo un bicho (los habitué de la quermés no jugaron a ninguno de los dos). Saltadores de Rayuela no encontraron el cielo en las baldosas rotas, y los que pisaban sólo las negras tampoco.

Las instrucciones para armar un barquito impermeable se perdieron con un boleto de colectivo. Peor, los armadores de carpas en camas cuchetas, inexorablemente dejaban a los hermanos menores  -los del medio tenían privilegios- fuera del escondite.

Entonces nunca pudieron atrapar las pelusitas en el contraluz de la ventana, ver cómo una luciérnaga se transforma en centavos, o alcanzar el sol en los oropeles de lata. Y el país, seguía como estaba.

Soledad

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