Se viven días a pura danza, expresión y movimiento contemporáneo en el Festival El Cruce que celebra su edición Nº 21. Con la misión de tender puentes entre disciplinas y territorios, este año busca “poner en valor la escena contemporánea que se produce a partir de prácticas colectivas”.
Durante el festival se encuentran hacedores, artífices , maestros y estudiantes para profundizar e intercambiar en torno a prácticas escénicas, performativas y de movimiento en la actualidad.
Seminarios, conversatorios, obras e intervenciones son los formatos en los que se vive esta fiesta.
El viernes 21 en el CEC (como en muchas de las jornadas que presentan numerosas propuestas) hubo proyecciones de videodanza, intervención y obra. Tras el inicio a la noche con una serie de proyecciones como parte del Festival Cuerpo Mediado, que se desprende y forma parte de El Cruce; siguió la intervención. En este caso un grupo de adolescentes se apersonó en el ingreso del galpón para tomar protagonismo. Alumnas de la escuela Nigelia Soria, bajo la supervisión de Abigail Gueler, hicieron un trabajo de revisión de “Manchas de aceite violeta”, obra del grupo Seisenpunto. El público fue desde mapadres cholulos, pasando por amigues, profes, etc. hasta la mirada atenta de su directora original, Cristina Prates y quienes integraron el elenco del grupo.
La energía de los cuerpos juveniles contagió de entusiasmo a la audiencia que acompañó con palmas y aplausos la aventura de reversionar una obra local parte de la historia de la danza rosarina. La danza contemporánea discute acerca de la revisitación, reversión, revisión y el repertorio de composiciones. Distintos términos que aplican (o no) a algo tan común como un cover en la música, en la danza adquiere distintos matices y es algo que no se practica demasiado, por lo menos para hablar de representaciones locales. Esto es algo para celebrar enormemente, un trabajo de recuperación y reapropiación de material coreográfico y compositivo. Se cruzaron distintas generaciones, se traspasaron movimientos y se multiplicaron en la veintena de alumnas que revivieron el trabajo de Seisenpunto. El trabajo colectivo y la grupalidad fueron protagonistas a tono con el mensaje y la búsqueda del festival en esta edición que ya dejó la pandemia como recuerdo.
La noche culminó con la presentación de “La siesta del carnero” de Sol Gorrosterazú desde Mendoza. Antes de iniciar se insistió en apagar los celulares y que no hubiera ningún tipo de interrupción en la obra. Una vez dentro del espacio escénico se comprendería la insistencia. Entrar a la sala era ingresar a un universo surreal que se creaba y recreaba constantemente. La oscuridad total un momento y la luz que dejaba ver otro, ponía foco o se atenuaba, en un juego que tenía total relevancia para la construcción escénica. La trama era densa y rica en imágenes. Una obra visualmente atrapante con retratos de una fisicalidad exquisita. La musculatura de la intérprete, los gestos, los ocultamientos, lo que se develaba, iban inquietando al público en un tiempo desafiante.
El ambiente se iba amplificando y recortando, aprovechando distintos niveles de trabajo, en tarima, suelo, con objetos que sacaban chispas, mostrando a la única intérprete como una presa, como un ser divino, como una criatura propia de una pintura de Caravaggio. El galpón del CEC se convirtió en un lugar fantástico, que aprovechando todos los recursos teatrales, de poleas, de luces, de movimiento fue sede de un mundo que hizo carne Gorosterrazú.
La siesta del carnero:
Idea, Dramaturgia y Dirección: Sol Gorosterrazú
Coreografía e Interpretación: Sol Gorosterrazú
Asistencia de dirección Creativa y Dramatúrgica: Santiago Borremans
Música Original: Juan Ignacio Olibano
Diseño y realización de vestuario: Sol Gorosterrazú – Matías Figueroa
Diseño Lumínico: Sol Gorosterrazú (Dir. gral) – Jorge Federico-Santiago Borremans
Técnico de Iluminación: Jorge Federico
Realización de luminaria y Escenografía: Carlos Croci – Jorge Federico
~ Redaccion: Viqui Oceania