Presentando Isla de Oro, Mi Amigo Invencible desembarcó en Rosario para brindar su emotivo show en Distrito Siete.
Un jueves de verano. En realidad no es verano, pero todo se vive como verano. La gota gorda, la ropa liviana y la sensación de que lo que no se derrite se evapora, desvaneciéndose en otro estado. Ese jueves por la noche me tuvo de tour artístico por la ciudad. Terminé de ver un poco de poesía y pintura digital en vivo en La Yapa y mi bicicleta me movilizó hasta Distrito Siete, donde Mi Amigo Invencible presentaría su último material de estudio, Isla de Oro.
En el D7 estaban todas las condiciones dadas para la presentación invencible. Alejo y Valentín se habían encargado de abrir la noche con sus canciones, generando el ambiente propicio, y casi para las 22.30, cuando me encontraba en la fila de la barra esperando por un Amargo Obrero, subió a las tablas Mi Amigo Invencible, interpretando Jardín secreto e invitándonos a pasar al mismo.
La atmósfera generada es total, y esa es una de los grandes logros de esta banda, que te sumerge de lleno en un sentir. Los tonos azules y púrpuras de la iluminación coinciden decididamente con las armonías que propone la música.
Después de algunos temas de Dutsiland, llegó el momento de mostrar lo actual. "Coma, beba y regocíjese. Será su última oportunidad". Comienzan así a mostrar lo que es su último trabajo discográfico, la excusa para salir a pasear y tocar, Isla de Oro, interpretando Un par de árboles, y Mapa, una de las bombitas sensibles de la noche.
En este álbum la banda invencible decidió contar con la producción de Martín Buscaglia, el chofer de este camión (como lo nombra Mariano di Césare en diálogo con KEXP). La mixtura entre la mente creativa de Martín, y la interpretación poética y musical del grupo, da un resultado impecable. Un apoyo productivo de alguien con un gran oído y un gran motor, que supo entender las necesidades emocionales y estéticas de este disco.
El show continuó alimentando esa atmósfera que los define, como me dijo Masi mientras esperábamos el trago. Suena Bip-bip no me hables y Mariano di Césare (a.k.a. El Príncipe Idiota) la fusiona con Mandolín, de Gustavo Pena, otro príncipe. Hay espacio para varios guiños más, pequeños homenajes, sobre todo a Charly García, en punteos, solos y melodías que ya son parte del inconsciente colectivo.
El sentir es realmente fuerte, el corazón está puesto al máximo en la pluma y en los instrumentos. Algo que siempre me cautivó de esta banda es la capacidad de hacer una poesía tan concreta, algo que me resulta sumamente complejo, pero que logran abordarlo y expresarlo con total naturalidad. No hay tantos camuflajes en los sentimientos para ser expresados dentro de una canción. Es justamente ahí donde la tinta es puente sin escalas entre la emoción y el papel. Y la emoción de quien escucha se pone completamente en juego cuando la entrega hacia la música es total. Uno queda inevitablemente interpelado.
El show va pasando y el público se sigue metiendo en el mambo, entre enardecido y emocionado. Pasan canciones de Isla de Oro como Impecable, Olímpica y La araña, entre algunos ya clásicos como la destruye corazones Nuestra noche, y otros de esos temas que fueron presentados durante la pandemia, como Freelance.
Mariano disfruta al máximo de dar este show, entre sus guitarras y pedales, entre bailes y recorridos del escenario, hasta se da el gusto de bajar de un salto del escenario, mezclarse con la gente y mirarlos a los ojos. Los coros y segundas voces se van pasando entre varios integrantes de la banda, como Nicolás Voloschin (guitarra), Lucila Pivetta (bajo) y Pablo di Nardo, quienes se encargan de generar ese mundo de armonías y melodías. El universo rítmico viene de la mano de Arturo Martín en batería y Leo Gudiño en percusiones, que se entrelazan terminando de generar esa atmósfera de la que tanto hablamos.
Llegando al final de la noche suena una versión extendida de Batalla gigante, acompañada por el coro del público: "Vamos, vamos, vamos. Vamos a donde sea pero vamos" (los espectadores no están simplemente espectantes, también son protagonistas). Luego el momento de poner el cuerpo fuertemente con una de las pioneras, Edmundo año cero, y luego el himno invencible, Máquina del tiempo.
Se retira del escenario Mi Amigo Invencible y nos deja transpirados y movilizados, con el sentimiento puesto en juego totalmente. Lo certero de decir las cosas de frente, sin las bellas cortinas de la alegoría, expresando el sentimiento tal cual es, tiene su fuerte consecuencia en el corazón. Aldi lo describió como una sesión de terapia pero musical. Y le dije que tomaría esta frase prestada, porque es así. ¿Quién puede venir a decirte qué es lo terapéutico?
Nos críamos musicalmente erigiendo monumentos a la metáfora, pero cuando aparece una banda que nos dice las cosas claras, quedamos con todo el sentir en las manos.
No estoy llorando. Jabón en los ojos.
Texto: Gonzulu
Fotos: Gabi Lovera