Barbi Recanati llegó a Rosario

La multifacética Barbi Recanati volvió a nuestra ciudad para presentarse en Casa Brava el jueves 17 de agosto.

¿Escuchaste lo que dijo Lali? ¿Y lo viste a Ca7riel tocando un fragmento del himno nacional en Soñé que volaba? Ojalá diga algo…

El punto de encuentro fue la vereda de enfrente. Promo verde en el Bon Scott, entrada en mano y cierta predisposición al goce. Antes de ingresar a Casa Brava cavilaba: ¿por qué necesitamos canciones melancólicas para estar mejor? ¿Qué hay ahí, en el mix de rabia, acordes menores y letras como puñales que nos interpela a seguir, aun cuando el horizonte está mutando a un cuento de terror?

Con unos amigxs nos aprestamos a ingresar, y aunque el buen humor y las expectativas reinaban, la semana había estado signada por la dificultad de quitarse el sabor amargo de las PASO. No hubo forma de escapar al tópico. Sospecho que de algún modo el recital -de forma consciente o no- había sido la zanahoria de cada unx de nosotrxs para llegar al fin de la semana laboral.

A los pocos minutos de nuestro ingreso Barbi salió a escena junto con su banda. Remera negra con figuras de Haring, jeans rectos y holgados, cinto ancho de cuero, Les Paul double cutaway con P90’s. Los detalles, como guiños en la oscuridad, son un collage orgánico de sus gustos. Una declaración de principios.

Luces, humo, gritos, chiflidos y arengas. ¡Daleee…!

Silencio breve.

Marilina Bertoldi – con mojo venusino- comenzó a pulsar con su precission, nasal, maderoso y junto al kick de Tomás abrieron el mapa rítmico de la noche. Sonaron Caja de cristal, Los demás y Que no. El público enardecido al instante. Y tenía sentido: no hay nada más hermoso que presenciar en vivo una dinámica de familia elegida, de sonrisas cómplices arriba del escenario, que quizás por mímesis, quizás por necesidad, nos identifica y cobija.

“Me salió un disco medio bajón, pero no fue buscado”, dijo Barbi arriba del escenario luego de algunos temas. Automáticamente la recordé en una entrevista diciendo que el color final del disco había decantado en un tono más bien melancólico, aunque, paradójicamente, no fue compuesto en un contexto de las mismas características. Pensé en la gravedad inherente a la adultez que nos obliga a no parar de hacer cosas para conseguir dejar de hacer cosas. Sobrevivir en Argentina, la mapaternidad, los vínculos, las responsabilidades, los cuidados básicos, y por sobre todas las cosas, saber que donde estás vos, estoy bien.

La lista siguió con Cosas, Para Darte, y tuvo un punto de inflexión al décimo tema: Los días que no estás -himno desgarrador si lo hay-. La espacialidad de los acordes y la voz de Barbi recorriendo la melodía ralentizada, el no poder parar de pensar en qué andás no dejan corazón sin desarmar.

Continuaron Fin del mundo, Teoría Espacial entre otras canciones. Mientras tomaba las fotos pensaba que tal vez el sentimiento agridulce del disco halle su correlato sonoro en las líneas de la viola de Juan Manuel Segovia (también productor): hay algo en su bending, su sustain, en la medida justa de distorsión, los delays, en la forma en que transiciona de los riffs a los arpegios, en su manera de apoyarse en las notas pedal del sintetizador de Lux Raptor que lo hace único e incasillable; y tiñe de cierta saudade la potencia de las canciones de Barbi.

Y luego pausa.

Barbi aprovechó un lapso de silencio para darnos un poco de aire, y algo más, tan vital como eso: nos interpeló con franqueza frente a la situación política del país. Nos dijo, entre otras cosas, que había aprendido de Gabriela Borreli la importancia de –frente a una coyuntura como esta- elegir un gobierno con quien se pueda dialogar. De alguna manera –como me confesaría más luego Javi, un amigo- respondió a nuestra necesidad tácita de escuchar a los artistas que admiramos, a quienes les creemos, pronunciarse frente al escenario de caos social que avizoramos. Una voz que señale lo fútil que es cuidar cada uno su quintita, de lo urgente que es lo colectivo, la solidaridad y el amor. Algo que aliviase el desasosiego o el desamparo. Alguien que nos recuerde que podemos hacer mucho más que memes o fingir demencia para sobrellevarla.

El recital continuó y las emociones hallaron su cauce. Nos retiramos en paz, exorcizados por un rato.

Y por un rato, alguien nos habilitó un espacio para cantar la contradicción habitada. Ese oxímoron que nos precipita y ordena la cotidianidad. Una suerte de pesimismo resiliente que, citando al gran Gabo Ferro, no se fuga uno para atrás, se fuga para adelante. Por un rato, alguien nos recordó que hay que tener ovarios para afirmar que nos gusta ver el final de las cosas, a pesar de que nos encante volver a enredarnos en las palabras del otrx. Una conciencia declarada de último intento, una certeza provisoria de que sin vacío no hay salto, y sin fin no hay comienzo claro; o como dice Séneca en sus Cartas a Lucilo: “no hay viento favorable para el barco que no sabe hacia dónde se dirige”.

 

Texto y fotos: Gabi Lovera

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