Rosario tan solo es un lugar, sin los Killer Burritos, es un bloque de hielo

Este jueves la parte salvaje de Coki Debernardi volvió a escena. Comandado por la pasión, hizo estallar Casa Brava. Los Burritos tocaron Perdida, su tercer disco, pero también pasearon por otros éxitos de la banda. La crónica de una noche única

“Con las abuelas, las madres, los hijos y los nietos, nunca”, dijo César Debernardi este jueves por la noche sobre el escenario de Casa Brava. Detrás de él se leía un NUNCA MÁS armado con cinta de papel. Su público respondió con euforia: “Olé olé, olé ola, como a los nazis, les va a pasar, a donde vayan, los iremos a buscar". Coki, como se lo conoce en Rosario, era pibe cuando los militares hacían de las suyas, incluso ha contado que viviendo en Cañada de Gómez, su ciudad natal, vio al padre de un amigo enterrar discos en el patio de la casa. La memoria no les es ajena y a quienes cantan sus canciones, tampoco. Ese fue el hilo conductor de la noche. Recordar para sobrevivir.

“Mejor es perder que olvidar”, dice la canción que dio inicio a un show único, al estilo Killer Burritos. Una banda local que no sigue las lógicas de la industria musical, que no mide en cantidades pero sí en calidad. Nunca son los mismos músicos en escena, cambian la forma de cantar cada hit, sus temas duran más que cualquier canción que se escucha a diario en las radios y ni siquiera el propio Coki es el mismo porque en cada performance son sus emociones - que mutan como las nuestras - las que gritan y penetran profundo en quienes desde hace años lo siguen.

Los Burritos hicieron de corrido las diez canciones que conforman Perdida, el tercer álbum de la banda, que te hace vibrar el cuerpo con las guitarras y te conmueve con cada letra. Perdida, arrastra melancolía, dolor, destinos que no son los que uno deseaba tener, pero también es una invitación a sentir el “valor de las miradas del amor”, te propone una “coartada para los besos”, y pone el foco en la felicidad simple, esa que llega en verano con “una pistola de agua y un disfraz”.  El show avanza. Un álbum no es suficiente para el público y para Coki tampoco. Se apoya en el micrófono y sorprende: Fugitivo, su última joyita, en versiones desconocidas: hubo rap, reggae, jazz. Sobró rock. 

César es un líder nato. Se da permiso para arengar el Himno Nacional, y todos lo siguen. Canta una canción del Indio, y el público estalla. Toma unos tragos de whisky, después agua y sigue. Invita al público al escenario y desde abajo los mira disfrutar, quienes no subieron le piden fotos, se graban junto a él y él cede porque ese calor del tumulto lo revive. El quilombo alimenta su personaje, le da fuerzas, y a los Killer también. 

Coki es la parte salvaje de César. Durante dos horas, todas sus pulsiones están comandadas por la pasión y también la ternura: se emociona y agradece por la presencia masiva, asegura que habrá más y nadie lo duda porque si de algo están seguros los seguidores de la banda es que Killer Burritos siempre está ahí para devolverle un poco de amor a una ciudad arrasada por la violencia. 

Por: Ludmila López

Compartir

Comentarios