Tata Cedrón: cercana tierra mía.

En marco de sus 60 años de trayectoria, el guitarrista y cantautor, conmovió a sala llena en Comunidad Refi, presentando “Canciones criollas”.

Por Juan Pablo Funes 

La presencia de este grande se nota. A sus 85 años, lo vemos subir al escenario con frescura e ímpetu, emociona. Tiene la energía única que emana un artista de su talla. Sentirlo en el aire y verlo en la cara del público que lo observa con cariño.

Tras una corta presentación junto a Daniel Frascoli en guitarra, el dúo molerá tangos, meciendo memorias queridas y viejas, silenciando el lugar con los primeros acordes de “El último organito” de Homero Manzi. Le sigue “En un corralón de barracas”, que cierra con aplausos con los que el Tata parece nutrirse, se hidrata y crece. Comienza a desplegar la memoria que rodea a su música en la que cada canción tiene una historia y un retrato. 

Continúa con “Milonga del plata” y “La viajera perdida”. No hay un despliegue de virtuosismo, reluce la belleza de la experiencia: lo que peina sus canas acaricia las cuerdas de su guitarra y se hace poesía en su voz. Para quienes estamos acostumbrados a un repertorio actual del tango que se viene curtiendo con un mirada rioplatense o que busca en sus raíces las influencias “Afro”, encontramos que el Tata propone incansablemente otra cosa: la canción “criolla”, su poesía y paisajes.  

Luego de interpretar “El caballo partido” y “Matungo”, cuenta que tiene el deseo de volver a la ciudad el próximo año, lo cual no deja dudas de que el tiempo es un “lugar” y que para el Tata, es un escenario y la música. 

Con “Palabras sin importancia” de Homero Manzi, “Los ladrones” del poeta Raúl Gonzalez Tuñón, “La musa maleva” poema lunfardo de Julian Centeya, expresa su lírica, las hace canción y crea, de algún modo con estos ejemplos para ilustrar su obra, que no sólo es un grán músico, sino también un gran escritor y un antropólogo de la cultura.       

También nos emociona cuando interpreta “Yuyo verde” (Expósito) y se nos mete en los huesos con “Lejana tierra mía” (Gardel), a la cual añade cuando termina, el relato de sus años de exilio en Francia cuando fue amenazado de muerte por la Triple “A”. 

Durante aquellos “años de plomo”, a los cuales se refiere irónicamente como “unas largas vacaciones”, formará parte de un gran contingente de artistas argentinos que en aquella época convergieron en aquél país y en donde seguirá haciendo crecer su propuesta compositiva y a musicalizar a gente como Juan Gelman, Raúl González Tuñón, Roberto Arlt, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges.

Para cerrar, estrena un tango escrito por el letrista Rubén Raffa, que según relata Cedrón, le  arrojó un poema por debajo de la puerta y él, tomando la posta,  tiempo después se lo pasa hecho canción por teléfono. El resultado es “Calle Indio” y como es de esperar, los elementos compositivos del Tata, su cocina, arroja un tango con su sabor característico. Suena a otro tiempo, o como había dicho antes, a un lugar.     

Se lo despide de pie, como a los grandes, como a uno de los últimos grandes de la música de nuestro país.  

Luego del show, pudimos saludarlo, cruzar algunas palabras, tener el honor de estrechar su mano y verlo como después, muy tranquilo y con su guitarra enfundada salir por la puerta a calle Vélez Sarsfield, como un músico más, como hace décadas lo hace. Con su arte vivo, su ser intacto y su leyenda que no deja de crecer.

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