13 de septiembre de 2025
Teatro: Voces que el viento trae.

Con dramaturgia de Armando Durá y la asistencia de Alita Molina en dirección, la obra representa la crueldad de un mundo del que sólo se puede encontrar libertad, si se escapa de sus propias lógicas.
Por Juan Pablo Funes
Desde el inicio, la escenografía nos absorbe en un paisaje de muerte y quietud. Una estatua viviente, Margarita, se planta ante un cuerpo cubierto (Eloisa) por un manto blanco, mientras en el otro extremo María reza de rodillas ante una virgen de espaldas de espaldas al público. En el centro, como un guardián de la memoria, un ataúd vertical con una ventana que enmarca al padre. El escenario es un mausoleo que respira; un hogar indistinguible a un panetón.
Son un conjunto de elementos en la escena, detenidos en el tiempo, derruidos y ajados, se complementan con un vestuario y maquillajes destacables en los actores, logrando una ambiente que transmite una sensación melancólica y desoladora. Un gótico que no sólo se evidencia en la estética sino que también, forma parte de lo sobrenatural que acontece en la obra, imprime una oscuridad que es no más ni menos que la delgada línea entre lo vivo y lo muerto.
Esta fuerte imagen se pone en movimiento rápidamente con un comienzo sólido donde no hay demasiadas vueltas en presentar lo que hay sobre el escenario: quienes son y cuál es el argumento que se desarrollará a lo largo de la trama:
Un padre, militar del ejército argentino de la época de la Conquista del desierto, se traslada con su mujer y sus tres hijas a las tierras del exterminio patagónico. La madre huye del horror y se va a vivir con los indios abandonando a su marido y sus hijas. El padre, militar del ejército argentino, desata una matanza entre los indios para luego suicidarse. Las tres hijas, niñas-adolescentes quedan solas en la casona familiar, atrapadas en un permanente loop, en un tiempo dilatado, un tiempo sin cronos dónde envejecen dentro de sus vestidos infantiles.
La obra se adentra en las consecuencias del paso del “malón” por sus vidas y las acciones que los padres dejaron como legado a sus tres hijas.
Relacionándose en una misma soledad, con presencias que merodean la casa. Voces que llegan como un susurro, galopes lejanos, chirridos que fueron un grito, cercanías como presencias fantasmales. Conviven con un recuerdo que no muere, que no caduca, porque el odio no muere con el cuerpo. Con el viento como el eco de una historia que se niega a morir. Porque el odio, la sangre derramada, se arraiga en la tierra.
El padre que emerge del cajón reclama a María como heredera de su legado, para que empuñe el sable que dibujó un mundo a su imagen y semejanza y que se erija sobre masacre de los pueblos originarios en nombre de la civilización y la justicia divina, como un largo tentáculo de la españolización del continente.
Ante la amenaza donde la frontera es la carne misma de los hombres. Quien más que ellos (los preceptores), para establecer con violencia una ley y un orden que busca enterrar lo que allí habita, tan profundo como para que nadie los encuentre e imperar como uno de los mitos fundantes de la Argentina: Civilización y barbarie.
Para María a quien el legado devino en mandato; sus hermanas, Eloisa y Margarita, son el único cabo que la enlaza con la carnalidad y feminidad, pero a su vez, representa el dolor por el abandono inexplicable de su madre.
En un desierto donde sólo viven de la contemplación, se dan cuenta del paso del tiempo, de los espejismos de sus ilusiones y del frío que ensombrece sus destinos. Sienten que el aire es tan denso como en una tumba. Las protagonistas lo simbolizan con un largo manto blanco, parecido a una mortaja o un sudario que, concretamente se transforma en una conexión material sobre el escenario.
Afortunadamente, en clave emancipatoria, aparece un personaje originalmente nacido entre las páginas del Martín Fierro: el viejo vizcacha. Tachado como tutor inmoral por las enseñanzas “perversas” que transmite pero que no son más que verdades que se desnudan frente a la picardía y la sabiduría campera. Aquí en “Voces…”, es representado como un ser antropomorfo y feminizado: la vieja vizcacha. Ella, en sus pasos esporádicos y lentos, traerá memorias verídicas y la voz de una realidad que se revelará a las hermanas.
"Voces que el viento trae" es teatro de la vieja escuela con un sabor atemporal. Nacida de un cuento elaborado por el propio director, queda en evidencia su narrativa en la profundidad del guión, la trama de la historia y los trucos o yeites que la pluma literaria se permite.
Con la profundidad de Shakespeare encarnada por el padre, la melancolía puesta en escena y en los personajes que recuerdan a Chéjov y el contexto de la literatura argentina, con lecturas históricas que van desde el “Facundo” de Sarmiento al “Martín Fierro” de Hernández, a "Una excursión a los indios ranqueles" de Lucio V. Mansilla, sobre la conquista del desierto. Narrativas que enmarcan el orden del S XIX y que en el posterior enfrentará a los emergentes políticos y el voto universal con nuevas armas sin dejar de lado la violencia y la crueldad. Con nuevas fronteras, ahora denominadas como “subversión o terrorismo” o planteando escenarios como “la grieta”, para volver a encontrar su fuerza e impulso en la violencia del encuentro y la presión por el poder.
Haciendo que la obra navegue entre lo vivo y lo muerto, lo literario y lo escénico, para decirnos que el pasado no es solo una historia, sino una presencia que sigue susurrando en el viento. Pero que deja entre líneas que la emancipación del mandato puede fisurarse y abrir nuevos caminos hacia una libertad donde antes no la había.
Todos los domingos de setiembre a las 20 horas en Espacio Bravo (Catamarca 3624).
FICHA TÉCNICA:
Dirección y Dramaturgia: Armando Durá
Asistencia de Dirección: Alita Molina
Actúan:
- NIVES PASCHETTO (Margarita)
- JORGELINA FARIOLI (María)
- EUGENIO TAMBURRI (Padre, General del Ejército Argentino)
- CECILIA MURILLO (Eloísa)
- TEMIS PAROLA (Vieja Vizcacha)
Diseño y Realización de Vestuario: LORENA FENOGLIO
Diseño y Realización de Escenografía: CARLOS ROMAGNOLI
Arte: GUSTAVO CHINELLATO
Asistencia Coreográfica: MERCEDES LUISETTI
Fotografías: JUAN PABLO GIORDANO
Voz en Off: SUSANA CAVALIERI
Edicion de Sonido en Off: PABLO READ
Diseño Gráfico/Redes: PIKA COMUNICACIÓN CULTURAL
Prensa y difusión: PIKA COMUNICACIÓN CULTURAL