A monster made in Argentina

“Monster”, el flamante LP de Octafonic, llegó a Rosario y fue recibido con sala llena y mucho más que una expectativa.

Por Tomás Faranna
Ph: Renzo Leonard

 

         La banda que lidera el multifacético, multiinstrumental y multitap (sí, como el de la play pero no hace participar sólo a 4 personas sino que puede hacer jugar a 8) Nicolás Sorín se subió al escenario del teatro Lavardén para presentar su primer disco de estudio y despejar las dudas de porqué es una de las bandas argentinas más mimadas por la prensa.

 

         Con título jazzero de, nada más ni nada menos, Berklee (EEUU), producciones de bandas sonoras de películas dirigidas por su padre y un amplio espectro de géneros musicales fluyendo en su cabeza, Nico Sorín se traduce en quimera y escupe fuego con cada viraje del sintetizador.

 

         “Fernandez 4 y Octafonic, de cajón”, fueron las palabras de Brenda Martín cuando le preguntamos en una producción de Planeta Cabezón, hace un tiempo atrás, qué bandas del nuevo sonido argentino recomendaba. Y claro, los tres Eruca Sativa cuando se habla de música no pueden fallar. Más allá del guiño a la banda del novio de su compañera (Lula). Pero bueno, ese es otro tema…

        

         Un teclado, tres saxos, una batería, un bajo, una guitarra y un sintetizador son la columna vertebral de Octafonic. En lo que respecta, principalmente en esta parte del mundo, es una columna vertebral un poco extravagante que el octeto resuelve de manera soberbia y elocuente.

 

         Probablemente nunca te imagines que Octafonic sea una banda argentina sin saber este contexto. El nombre de la banda, las letras y hasta la página oficial íntegramente están en inglés. “El inglés es más percusivo”, sintetiza Sorín y se desliza en muecas a lo sonoro primeriando a las letras y agrega chispeante: “Si querés letra, agarrá un libro. Y si querés mensaje, agarrá el WhatsApp”. (*)

 

         La energía que emana Sorín junto a Cirilo Fernandéz (bajista) en el escenario se recuerda a las viejas épocas de Flea y Kiedis enardecidos. Con acentos del soul y el funk se mueve el bajo, que se entrelaza con una batería cuadrada y versátil a la vez, formando la base pop.

 

         Acompañando a esta base sólida, la guitarra de Hernán Rupolo (ex Connor Questa) pesada con uso y abuso de riff, fiel al estilo Nine Inch Nails. Esos riffs de rock industrial se saturan junto al sintetizador del frontman y forman esa base espesa y oscura que deja al descubierto los arreglos del tecladista Esteban Sehinkman.¿Cómo entran los tres saxos? Eso merece un párrafo aparte.

 

         Tenor, barítono y alto. Estas tres piezas de arreglos hacen de la banda algo puramente virtuoso y novedoso. Con una textura a los saxos funkeros de James Brown (Maceo Parker, padre de todo esto) lo deshacen y lo rearman convirtiendo a los arreglos en piezas geográficas de distintas partes del mundo: rumbas, balcánico, ska, clásico, blues y todo nombre de género musical que siga con “fusión”, por supuesto.

 

         Para cerrar esta estética innovadora cuasi zappiana, el estandarte clave: la voz del frontman pasada por sintes. Mezclada, sucia, latosa, opaca, clara, con eco, distorsionada, distante, como sea. Sorín mueve la placa en “Love”, nos encontramos en un mundo Kid A. Su voz quiebra la niebla y todos los paisajes son desiertos de arena blanca. De esos arenales a baladas bailables como “Plastic”. O al final del show, capaz, con Trent Reznor convertido en Sorín cantando “Monster”. ¿Esta banda puede ser Argentina? Sin dudas.

        

 

* Cita a Nicolás Sorín extraída de entrevista del diario Clarín.

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