De los pies al Ser

De personalidades y espacios: una reflexión de pies a cabeza para pensar caminando (o parado).

*Por Ciruela Mágica (El Jardín de Epicuro)

Cuando un lugar se encuentra lejos de uno mismo; es decir, cuando uno espacialmente se encuentra en un lugar qué a su vez se encuentra a kilómetros de distancia de uno mismo.
¿Qué hacer? 
Difícil encontrar aquel tren de medianoche; aquel colectivo atestado de personas confundidísimas, buscando en cada parada su propia existencia. Lo importante es no confundir la línea, por más que eso sea imposible, ya que ninguna tiene nombre.
Me han dicho viejos sabios, y lo he comprobado con la experiencia, que la mejor manera de volver a casa es caminando. Dícese de los pies que tienen memoria propia (como toda célula supongo) pero dícese de las piernas que no olvidan jamás donde es que tienen que doblarse para formar la rodilla. ¿Cómo confiar en algo más? Por lo tanto en la desorientación espacial, en la inconclusión de uno mismo, mejor echar a andar, paso a paso, pie a pie, sin pensar siquiera un segundo hacia donde nos esta llevando.
Me ha pasado una cantidad de veces innombrable, esto de encontrarme andando por veras de ríos, por valles de ciudades y demases paisajes deslumbrantes; preguntándome una y otra vez:
¿Quién soy?
Los lugares que nos son propios, se sienten como estrellas fugaces que atraviesan desde el corazón todo el cuerpo, inmovilizando la deseosa e impaciente marcha de los pies. Pues amigo, si te encuentras confundido, no hay que hacer más que seguir el impulso, darle motor a la máquina celular que te sujeta a la tierra, hasta que ella misma quiera germinar en algún lugar.
De espacios y personalidades nada se ha dicho jamás, porque no se concibe la idea de una personalidad espaciada por fuera de si misma; es decir, por dentro de todo lo demás.
¿Confundidos? 
Yo también. Sintiendo apenas un cosquilleo en la planta de los pies, desde hace días, que me confunde la acción del movimiento con la acción de enraizar. Me han hablado de una etapa que dura años; en la que uno aprende a discernir cuándo el autoconocimiento impulsa la quietud (imagen de montaña), y cuándo se está más a gusto siendo como el viento; en su perpetua búsqueda de aquella flor perfecta donde reposar la semilla.

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