Mateo Palacios hizo bailar a más de 3000 personas de muchas edades distintas en el Anfiteatro Municipal de Rosario este sábado. El cambio de paradigma llegó y el rap es parte de eso. Los detalles de una noche épica
Una luna llena roja llamaba la atención en el cielo de la ciudad. Las calles céntricas cerradas por la Noche de las Peatonales, esquinas colmadas de personas y una gran cantidad de pequeños junto a algún familiar esperando para ingresar al Anfiteatro. “Mateo, te amamos”, gritan frente a las cámaras.
A las 20.00 comenzó a sonar la banda soporte, Mutu. Una jóven rosarina que arrasó sobre el escenario. “Los ojos rojos no son de Faso a una amiga la mataron a balazos”, fue una de las frases que lanzó y dejó al público con los corazones a punto de explotar. Además hizo fuerte hincapié en lo difícil que es para las mujeres vivir en un estado patriarcal, y antes de despedirse confesó la felicidad y el orgullo que sentía por la oportunidad que se le estaba dando. “Estoy acá para las pibas” fueron las palabras del cierre.
Unos minutos después, los carteles escritos a mano empezaron a alzarse más alto, las banderas se sacudían y la ansiedad les hacía ver a algunos, cosas que no eran: “Ahí está Trueno, lo veo”, se escuchó decir de la boca de una nena que no superaba los 6 años. Su hermanito, más chico aún, la seguía en el entusiasmo y juntos juraban que el artista con tres premios Gardel sobre sus hombros, estaba por salir.
A las 21, tal como estaba previsto, un trueno cayó sobre el escenario. Los brazos no paraban de sacudirse de arriba a abajo, los celulares brillaban y desde la primera fila podía observarse un hermoso mar de fueguitos que lejos de apagarse, crecía y aumentaba con cada éxito: Atrevido, Bien o Mal, Mamichula, Argentina, Tierra Zanta o Dance Crip.
Las canciones de Mateo Palacio fueron cantadas por más de 3000 personas desde los 5 años (y me animo a decir que tal vez haya asistido alguien más peque aún) hasta padres, madres, abuelos, tías y periodistas.
No suelo escribir las crónicas en primera persona y pido perdón por hacerlo, pero la ocasión lo amerita. Este sábado vi desde la fila dos del Anfiteatro, un cambio de paradigma necesario. Un antes y un después en las infancias y juventudes. Un artista de 20 años que no solo propone un show con un sonido impecable gracias a sus músicos (Guitarra: Pedro Pasquale, Bajo: Julián Gallo, Teclado: Augusto Durañon y Batería: Nikko Taranto) sino que además se encarga de dejar mensajes que a corto plazo, construirán una sociedad más igualitaria y alejada de la violencia y la obscenidad.
“La cultura no se debe censurar”, “Hacer un grafitti en una pared, o usar gorra no es violencia”, “No me importa si sos boliviano o paraguayo, acá no se discrimina, eso no se hace, en América Latina somos todos hermanos”, “En este show no se cosifica a la mujer y no se dicen malas palabras”, “Gracias a las familias que traen a sus hijos, que me siguieron desde siempre, les debo lo que soy”, fueron solo algunas de las frases que Trueno le dijo a su público.
Un pibe que le pide a otros que no se olviden de sus raíces, que además de hacerlos bailar y cantar les habla de Videla y les recuerda que Argentina ya dijo Nunca Más. De la Boca al mundo, ese podría haber sido un buen título pero sería erróneo, porque no está en los planes de Trueno despegarse de aquel rincón porteño conocido por las casas de colores y el tango, pero olvidado por el Estado.
Mateo reivindica la humildad y el sacrificio. Le transmite a miles de pibes la esperanza. El agradecimiento. El amor. El respeto. La familia. Los empuja desde un género musical a creer en ellos y los obliga a no caer en el silencio: contar la realidad es una urgencia que Palacios resolvió con música. Y vaya que lo hizo.
Este sábado, en una hora y media de show sin cortes, el rapero consagrado, junto a Kmi420 y Pedro Peligro (padre de Trueno), denunciando las peores aberraciones del sistema, mencionando a Santiago Maldonado, las Malvinas Argentinas y el horror de la yuta con la cabeza en alto y sin miedo, me permití recordar que los sueños se cumplen. Y si en algún momento dudan de ello, miren al Diego o escuchen a Trueno.
Texto: Ludmila López
Fotos: Yamil Veces