Día de campo y shibari en el bosque


Un domingo diferente relatado, de una sesión de shibari en el bosque de Zavalla, con Franco Biagetti, Magdalena Dayub, con maquillaje y fotos de primer nivel.

Un domingo distinto se puede caracterizar por muchas cosas, pero desde el vamos, ya poniéndole el despertador lo hacemos diferente. A media mañana ya había desayunado, y esperaba a Franco, que se retrasó por cerraduras caprichosas. Pero tampoco se retrasó tanto, y al mediodía ya estabamos con el equipo completo encarando unos kilómetros la autopista Rosario-Córdoba. Sólo unos kilómetros, hasta la AO12, donde doblamos a la izquierda hasta la última entrada a Zavalla. La última, porque se me pasó avisarle a Franco en la primera... y en la segunda.

Y bueno, cosas que pasan un domingo a la mañana. Así que camino de tierra hasta el pueblo, entrando por calle French hasta el Parque Villarino, ese bosque encantado por la tierra viva, y protegido por la universidad pública. Dejamos el auto en la entrada, y nos fuimos a explorar el verde, en busca del point.

Se preguntarán cuál era ese equipo completo y porqué se internaba entre los árboles. Franco Biagetti y Magdalena Dayub vienen investigando hace un tiempo la disciplina del shibari, la libertad de las ataduras, el arte de los nudos en el cuerpo. Ignacio Campos trajo sus brochas, pinceles y colores, encargado de lo estético en la corporalidad, con maquillajes que engalanan el lienzo humano. Diego, el Barba, portaba la posibilidad de detener el tiempo en imágenes, o para decirlo en criollo, la cámara de fotos, con todos los equipamientos listos para hacer un registro profesional. Y yo, un afortunado que presenciaría todo, daría una mano y tendría algunas palabras al respecto.

Así fue que caminamos por las callecitas del parque hasta que decidimos romper con los caminos trazados e internarnos entre las ramas y abrojos, donde los caminos siguen estando, pero un tanto más difusos. La vista estaba puesta arriba, donde encontramos las ramas lo suficientemente poderosas y resistentes para albergar la escena que buscábamos suspender en el aire. Tras encontrarlas, volvimos en busca de los equipos, decidides a preparar todo. Calma y acción.

Pasando el mediodía montamos el campamento. Bah, campamento. Tiramos unas lonitas, compartimos unos sanguches, mechamos unos humos, y cada une se puso con lo suyo. Franco se subió a un árbol y comenzó a atar los primeros nudos, con un soga bien tratada. Es la humanidad de una persona la que hace de unos metros de soga, un instrumento para el shibari.

Mientras tanto Diego preparaba sus equipos: elegía lentes, alistaba el flash por si era necesario, pensaba planos. Igna hablaba suave con Magui mientras la maquillaba con una gama de amarillos y dorados, que se enlazaban de forma ideal con las cejas decoloradas la noche anterior. Conversaban y respiraban el aire puro mientras el rostro de Magui se maquillaba, sentades sobre un tronco que parecía haberse caído a la espera de este instante.

En toda esa previa de montaje y aire, no hay una sensación de solemnidad, sino de calma y conciencia. Y cuando me doy cuenta, ya está todo listo. Magui estaba parada debajo de la argolla que colgaba de una fuerte rama tranversal al camino. Oscilando entre la fuerza y la suavidad, en las medidas justas, Franco comienza a anudar las primeras sogas al cuerpo de Magui, iniciando la atadura artística en sus muslos, siguiendo por el abdomen, para unir todo esto desde las piernas hacia el aro de metal.

La soga decide y las piernas se cruzan. La figura de un Buda se empieza a plasmar en el cuerpo de Magui, suspendida en el aire. Sus manos se extienden, se atan y se entregan hacia adelante, y una última cuerda desciende desde el aro en espiral, generando una suerte de jaula, sin coptar libertades.

Llega ese momento en que Franco casi finaliza. Mira el cuerpo de Magui con paciencia, y nota algunas cosas que se pueden mejorar. Y ahora sí, listo. Salimos de la imagen para que Diego haga la suyo. Así las fotos captan el instante y las sensaciones. La naturaleza que se abre y dispone para que el arte humano se realice. La tarde está justa. Es efímero el instante en el que la figura está finalizada y el cuerpo predispuesto a ser apreciado, en comparación al paciente trabajo previo. Pero la obra es completa y es conceptual.

Luego de hacerla girar a Magui (y marear un poquito), se van liberando las cuerdas. El amor con el que Franco le consulta a Magui si las sogas están tensionando demasiado, el cariño compañero en la palabra, dice todo lo que los ojos que desconocen la disciplina necesitan entender. Ser un partener artístico en esta disciplina es un acto técnico, pero también demanda las virtudes sensibles del consentimiento y el acompañar.

Respiramos. Les cinco nos sentimos parte, más allá de ser dos quienes efectúan la obra viva. Es un domingo distinto y necesario, aunque no lo sabía antes. Giran unos frutitos secos y cereales, florcitas de la cosecha y agua.

Comienzan a trabajar en una nueva figura, que con muchos nudos similares pero diferentes, mantienen en alto el codo de Magui, con un brazo atrás. Las palabras no pueden explicar los tensos firuletes que realiza la cuerda, pues para eso están las manos y el instante. Para algo el ser humano inventó la cámara.

Una nueva tanda de disparos fotográficos se realiza con Magui caminando sobre un sereno y angosto pasillo de vegetación, deteniéndose, arrodillándose y volviéndose a parar. Los retratos de este momento son bellísimos. Su figura genera un placentero apreciar, y transmite bonanza y a su vez valor.

Tras los nuevos desamarres, levantamos campamento y nos dirigimos a otro sector del bosque, una segunda locación, más abierta, con árboles más gruesos e imponentes. Allí se realizarían las últimas fotos de la jornada, de la última figura en suspensión áerea.

Magui elige un nuevo vestuario. Optan por una figura que tienen bien trabajada ya, poniendo el cuerpo de forma horizontal, a pocos centímetros de la rama, y también más cerca del tronco. En un tiempo récord de 16 minutos Franco realizó todos los nudos finalizando la figura, Diego sacó las fotos necesarias, y Magui fue desamarrada, permitiéndose a sí misma dejarse atraer por la gravedad y descansar unos minutos en el boscoso suelo. Y todes disfrutamos eso.

La jornada había finalizado, y volvíamos hacia el auto, cuando nos sorprendió el oro del atardecer que pensábamos que nos perderíamos. Una tranquera abierta a la entrada de un campito por sembrarse nos habilitó el lugar donde lo disfrutaríamos, con las últimas tazas de cafe, y unos últimos humos cosechados en la Roble. No hay tanto para decir, más que estar receptivo al momento en que el día se va, invitando a la reflexión de todo lo vivido.

Muchas ideas me quedan dando vueltas después de este día de shibari en el bosque, además de la gratitud por haber podido presenciar y acompañar. Las ataduras en ningún momento se contraponen a la libertad del cuerpo, y es la sonrisa la que da cuenta de esto. La dulzura nunca deja de estar presente, y eso hace que este acto sea muchísimas cosas, pero nunca sea hostil. Muchos movimientos exactos son los que hacen que lo estático se convierta en obra de arte, y el instante en el que lo apreciamos puede ser corto, pero las sensaciones que revolotean se mantienen por un buen rato. Este arte nos corre del lugar donde creíamos que estarían puestas algunas sensaciones, y nos llevan a pensar que a veces las cosas no son tan lineales. Las cosas pueden ser curvas, pueden ser enredadas, y eso es bellísimo.

Me llena ver a artistas de este calibre, formades bajo las artes del circo, realizar esta disciplina. Me hace entender que una formación escénica integral, abre puertas a que se realicen muchas más cosas de las que nos podríamos imaginar.

A decir verdad es la primera vez que presencio una sesión de shibari, pues no es un arte que abunde en esta ciudad. Estas son las cosas que hacen crecer al movimiento cultural de Rosario, permitiendo que se diversifique. Espero ansioso el fin de las restricciones para que seamos muches más les que podamos verlo.

Les invito a apreciar esta increíble disciplina de la mano de Magdalena Dayub y Franco Biagetti cuando tengan la oportunidad. Les invito a abrir el abanico del arte que disfrutan, a ampliar las concepciones de goce, y a entender que a veces un nudo puede justamente significar la liberación.

 

Artistas: Magdalena Dayub y Franco Biagetti

Maquillaje: Ignacio Campos

Texto: Gonzalo Luján Salguero

Fotos: Diego El Barba

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