Raly Barrionuevo y un peñón en Pichincha

El artista santiagueño se presentó el pasado sábado 21 en Club Brown. Junto con tres bandas más hicieron bailar a toda la concurrencia.

Puede que no te guste el folclore, pero bailar va más allá. Comparto la opinión de un luchador, cuyo dedo gordo del pie es del tamaño de mi puño, que dijo que si una persona no gusta de bailar es porque nunca lo ha hecho. El día que uno encuentra el ritmo con los pies, el momento en el que ya no se piensan los movimientos con la cabeza sino que se entrega el cuerpo a la música que está sonando para que ella haga con nosotros lo que quiera, ahí se asoma una sonrisa y no quedan fundamentos para discutir esa verdad.

Con una energía tremenda abrieron la noche del sábado ritmos de chacarera, zamba y para aquellos que no bailaron durante toda la lista de Taa Huayras, también cumbia. Porque no son pavos estos tucumanos, y no iban a dejar picando alguna excusa para quien no quisiera moverse.

En cuanto se acomodó la siguiente banda, se abrió un juego de humo, luces y sonidos psicodélicos que sorprendieron a todos, atrapándonos. Indios de ahora mixturó perfectamente los sonidos del concreto con los de la tierra, que sin despegarse del folclore hicieron rugir una guitarra eléctrica entre la orquesta que forman. Sin cambiar el título subió al escenario Nico del Campo que supo entrar en calor a toda la gente que ya llenaba Club Brown. A la voz de algodón que se va, que se va, la mirada de un flaco se elevó entre el humo y las luces como perdiéndose en algún viento norteño que moviera los cabellos de su tata.

Sin más demora nos dejó este artista rosarino para que pudiera ocupar, pero sin que sobre espacio, créamelo, el gigante de Raly. Solito, sin más que su guitarra, comenzó su espectáculo contándonos sobre lo que es un Activista. Así continuó acompañado por su banda, por Milena Salamanca, con un entrar y salir interminable de músicos a su alrededor. Pero él siempre ahí con la guitarra, a veces criolla, a veces acústica y hasta eléctrica para no aburrirse. Estando adelante uno no sufría un empujón, un pisotón; había espacio hasta para sacudirse al ritmo de la música. Pero si se movía para atrás era otra la historia, de mitad de sala ya había gente agitando sus pañuelos, bailando sin control todas las canciones que compartía el santiagueño. Pobre aquellos muchachos que sin bailar quisieron pasar, el vino de los vasos salió de ellos sólo para ir a sus camisas. Pero no existían los problemas ¡era una fiesta! ¡Y qué fiesta! La peña del Raly, tan mía como me dé el cuerpo para bailar.

 

                Cabezón Nº 27

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