Último sábado del mes de la primavera, fin se semana caliente en la Argentina, super clásicos de fútbol Argento por diferentes partes del país, Rosario epicentro de uno de los más picantes y el primer debate presidencial de cara a la próxima elección, que tomará el mando que deja Alberto Fernandez.
Sábado treinta de septiembre de dos mil veintitrés.
Entre estas y otras cuestiones, es que Los Cuentos de la buena Pipa, presentaron su nuevo disco ante el público rosarino y de sus alrededores, que esperaban por las nuevas canciones.
Sábado por la noche en el Centro Cultural Güemes, una esquina del viejo barrio de Pichincha, casi contra las vías del tren que conectan esa parte norte de la ciudad con otras estaciones del país. La música viaja, no solo por plataformas digitales. Viaja con las personas, sobre el andén que las conduce a alguna parte, vaya uno a saber donde puede ser escuchada. Posiblemente esas canciones de “La Entrega” viajen mucho más kilómetros que sus propios intérpretes, quienes las crearon dentro de una casa que hoy puede ser el mundo.
¿Puede la música despertar paisajes? ¿Puede la música despertar olores?
Mientras disfrutaba de Los Cuentos esa noche, sentía como corría el Río Paraná. Podía sentirlo: marrón, profundo y caudaloso, con las barrancas llenas de arcilla que le dan su pigmentación, que lo diferencian del resto de los ríos más cristalinos y pulcros. Considero que Los Cuentos es la banda local que mejor supo captar esa esencia, La del Río Curvas, la del litoral santafesino. La de los pibes sin calma. La de Rosario, con sus perlas y sus basuras.
Como disfruto de ver una banda seguir disfrutando, que poder pasarla bien, no tiene que ver con la edad, tiene que ver con una cuestión de espíritu, de saber elegir los momentos y sobre todo las personas con las cuales atravesar los días y trabajar en esa vinculación para que así sea.
La Entrega de Los Cuentos, con la más pura subjetividad, me parece un discazo. De esos que no te deja a gamba tirado en alguna esquina sin orientación. Con unos veinti tantos minutos de duración, propone un viaje en el 115 aeropuerto, que atravesando circunvalación te saca de la ciudad.
En un show que duró casi una hora y media, te diría que el repertorio de esa noche fue mucho más que la presentación de su último material. Fue una reivindicación y puesta en valor. Una cuestion hibrida de los clásicos que nunca mueren y esas nuevas canciones que conocen el planeta tierra.
Lleno de esperanzas y contradicciones, de perlas y basuras, de amigos y desconocidos, que comprenden que bailar en comunidad, es una verdadera manifestación de vida sobre el planeta.